El Inicio de Todo
Diciembre se anuncia de manera peculiar, casi como susurrando secretos y revelaciones. La llegada de este mes tiene un aire casi hipnótico, donde el tiempo parece dilatarse. Todo comenzó antes de las típicas festividades de fin de año. Fue en diciembre de 2019. Había sufrido la inesperada pérdida de Diego, mi esposo, en mayo y su ausencia ya se hacía sentir. Ya incluso habíamos reservado su asiento para la graduación de nuestra hija meses antes, pero tuve que solicitar a los organizadores que retiraran su sitio de la celebración. Intenté crear un ambiente festivo con flores, como si transformara la mesa en un homenaje floral que ocultaba un vacío palpable. Era una mesa que, en ese momento, parecía inmensa e inalcanzable. Me cuestioné si en años previos las mesas eran más pequeñas. Mi única reacción fue vestirme para la ocasión, invitar a dos amigas, y navegar esa noche desconocida aprovechando la distracción de la música y la compañía. Así empezó Diciembre.
Navegando la Tristeza de las Fiestas
Con la llegada de un nuevo mes, el corazón se debate entre la felicidad y la nostalgia. Recuerdo claramente que tras la noche de graduación de mi hija, me pregunté cómo lidiaría con las Navidades venideras. Estaba en alerta, temerosa de un posible problema de salud repentino en la familia.
La Inestabilidad de la Alegría
A medida que avanza el mes, el sentimiento de felicidad choca con una inquietud latente. Mi rutina diaria incluye música navideña que intento cantar con entusiasmo, aunque me encuentro sobresaltada por cualquier ruido. Reflexiono sobre aquello de lo que intento escapar, consciente de que algo me impulsa a huir.
Aún no tengo claro el motivo de esta fuga emocional. Quizás lo busco inconscientemente en ese brindis anual, en los ojos de mis hijos cuando compartimos la cena. Las fiestas para mí son un terreno cargado de emociones. Las expectativas se renuevan, pero también las frustraciones. A menudo, mantener una alegría compartida es un desafío. Se nos impone una necesidad casi obligatoria de sentir felicidad durante todo diciembre, y quizás por eso elijo escapar. A veces huyo y otras procuro protegerme del impacto emocional que cada amanecer en este mes puede traer.
El Camino hacia el Nuevo Año
Al llegar a la mitad del mes, el escenario se transforma. La prisa y la melancolía toman protagonismo. Repetir rituales que han perdido significado me llena de un cansancio acumulado. Me esfuerzo en controlar a tiempo mis citas médicas para no sumar más preocupaciones. Completo mis rutinas de gimnasio y cursos puntualmente, como si pudiera estructurar el año pasado. Publicar un libro también ha traído nuevas experiencias, entrevistas y emociones abrumadoras.
En estos días me preparo para encarar una montaña de emociones. Mi sensibilidad está a flor de piel y la exaltación es una constante.
Diciembre de 2019 fue especial con insistencia familiar para celebrar en Europa. Nos fuimos de Argentina. La idea era distraernos, e incluso perdernos en la magnitud de una gran ciudad. Nuestra prima Ana nos invitó a Marsella y París, así que partimos con mis tres hijos adolescentes. La Navidad en Marsella fue cálida, con una mesa preparada por Ana. Dejé atrás tensiones, los miedos de mi hijo, las lágrimas de mis hijas. Las mesas de las fiestas a veces hieren. El estrés y los malentendidos son comunes, y la soledad duele menos viajando. El viaje actúa como un calmante, ocultando el dolor, llevando mi hogar, mis sentimientos y memorias donde sea que vaya.
Custodiando Recuerdos
Mi mente atesora con cariño el recuerdo de mi primera Navidad blanca en Europa. A los quince, mis padres nos llevaron a mi familia y a mí a experimentar unas fiestas cubiertas de nieve. Visitamos Alemania e Inglaterra donde mi padre impartía conferencias. Conocimos figuras como Stephen Hawking y disfrutamos de la hospitalidad europea en aquel invierno. Esos recuerdos brillan luminosos en mi memoria.
El Tiempo Vuelo
A partir del día veinte, todo se acelera. Los minutos se desvanecen en una vorágine de preparativos. Las comidas, los regalos, y las reuniones se amontonan. Este ritmo agitado afecta mi salud y descanso. Vivo en alerta, cuidando cada detalle de estas celebraciones.
Este año, las Fiestas tienen un toque especial. Mi hija regresa de Medio Oriente, y sumamos nuevas caras a nuestra mesa. Los reencuentros traen sorpresas y alegrías. A diferencia de otras ocasiones, este año hemos añadido sillas, no quitado.
El año pasado, comenzamos a crear nuevas tradiciones en Madrid. Estos nuevos recuerdos nos unifican como familia, y nos ofrecen un espacio de calma lejos de la agitación cotidiana.
Descubriendo el Presente
Lo que comenzó como una evasión de supervivencia devino en una nueva forma de existir. Las Fiestas me permiten ahora contemplar con otro prisma. Volar a lugares remotos no me aleja de mis seres queridos, sino que me permite llevar mis sentimientos conmigo.
No tengo la intención de huir eternamente. Hay aprendizajes que diciembre me sigue ofreciendo. Ahora, con mi familia en un espacio compartido de felicidad, estamos explorando nuevos horizontes. Es un vínculo que me conecta a un sentimiento colectivo de dicha.
En este diciembre emocionante, sé que debo centrarme en vivir momentos auténticos con mis hijos, llenos de bienestar, dejando que la carga emocional del pasado haga lugar a un presente pleno y feliz.
