Desorden y estrés: 120 minutos de caos total en la avenida Corrientes

“Tome querido, cómprese una botellita de agua”. Una señora ofrece dos mil pesos a un repartidor en bicicleta, empapado en sudor por el calor agobiante. El pequeño negocio está sin luz, incapaz de operar con tarjeta, y el joven no lleva dinero en efectivo. Sediento, acepta agradecido y le besa la mano por su gesto amable. “Llevamos dos horas como si estuviéramos en una escena de ‘El día después de mañana’. Es un caos absoluto”, comenta Pancho, quien está a cargo del lugar en la esquina de Corrientes con Billinghurst.

Tensión en plena ola de calor

Llegan las tres de la tarde, y con una sensación térmica que supera los 44 grados, toda la Avenida Corrientes, desde Pueyrredón hasta Medrano, se encuentra en un corte total de electricidad. Los semáforos no funcionan y el subte (con la línea B como la última en reestablecerse) está fuera de servicio. El tráfico es un caos de vehículos inmóviles, y las paradas de buses están desbordadas de personas. La imagen de la película que menciona Pancho se materializa en el descontrol que reina en las áreas de Abasto y Almagro.

El malestar en la rutina diaria

El clima sofocante amplifica el malestar general, visible en las caras de las personas que, perdidas, no saben hacia dónde dirigirse. “Tengo que llegar al Obelisco, pero sin subtes y ni pensar en tomarme un colectivo, no llegaría nunca”, expresa Sandra desde las escaleras del subte en la estación Medrano. “Fue un momento de parálisis. Sinceramente, tampoco sé cómo volveré a casa”.

Adentro del local de la pizzería Kentucky. A oscuras y sin clientes en Corrientes y Billinghurst.

Foto: Fernando de la Orden

Las aceras están desbordadas de gente, y es raro ver tantos generadores portátiles en cada cuadra. Son la salvación del día aciago que dejó dos apagones y a más de 600 mil usuarios del Amba sin electricidad. “Disponemos de mucho medicamento que debe mantenerse refrigerado y sin saber cuándo volverá la luz, decidimos utilizar el generador”, expone Brian, trabajador de una farmacia en Corrientes con Salguero.

Periodista y fotógrafo recorren la avenida, sintiendo la impaciencia y la intolerancia de las personas, especialmente de ciertos comerciantes, quienes, además de tratar mal, no permiten fotografiar. “Salgan de aquí antes que les rompa todo, idiotas”. Un manager de una tienda de ventiladores y aires acondicionados confrontó agresivamente a los periodistas solo por entrar a consultar con otros empleados. Un transeúnte que observó el incidente intervino, evitando que la situación escalase.

La gente desciende segura, pero como señala el cartel, las líneas B y E no están funcionando.

Foto: Fernando de la Orden

Historias personales en medio del caos

Un hombre mayor, acalorado mientras espera el bus 128 en Corrientes con Salguero, se muestra frustrado: “¿Cómo subir ahí? Parece ganado, está repleto y no hay sitio en el colectivo. Llevo 30 minutos esperando para entrar, lo mejor será acercarme al subte y esperar que normalicen la línea B. Tengo mala suerte, justo hoy tengo cita médica”, se queja el señor.

En cada cuadra se descubre una pequeña historia de vida, un drama menor (o no, depende), sobre cómo el apagón y la ola de calor desorganizaron la agenda de este tormentoso miércoles. Cruzar la avenida Corrientes es otra aventura, entre automóviles detenidos, buses torcidos y el caos por la falta de semáforos operativos. “No puedo pararme, voy a recoger a mi niño del colegio. Nos pidieron que los retiráramos antes. No hay luz ni agua, y las aulas parecen hornos”, comenta una madre apurada.

Empleados de Cremolatti no pueden vender helados hasta que regrese la luz. “Tememos por la cadena de frío”.

Foto: Fernando de la Orden

Dirigiéndose a Valentín Gómez, por Bulnes, los trabajadores de la heladería Cremolatti, permanecen a oscuras tras el mostrador, sin poder vender helados. “No podemos abrir los congeladores por temor a romper la cadena de frío y tener que desechar la mercancía”, señala Sorángeles, “Hace un mes estuvimos tres días sin electricidad, ¿sabes lo que fue eso? Tuvimos que tirar más de veinte kilos de helado. Solo queda rezar y aguantar el calor”, explica desde un local sofocante. Una madre entra con dos niños, y el inmediato “no vendemos” les aplasta la ilusión.

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