El Dolor Persistente
Cada día, Sabrina revive la última noche que compartió con su hija Morena. “Partió enojada”, comenta, al borde de las lágrimas. Pequeños detalles permanecen en su mente, como los mensajes de WhatsApp sin respuesta o la chaqueta blanca que lleva a su encuentro con Clarín, perteneciente a su hija.
Una Noche Inquietante
“Aquel día tuve una sensación extraña. Sabía que algo no estaba bien”, admite. La noche del 19 de septiembre, Lara Gutiérrez (15), Morena Verdi (20) y Brenda del Castillo (20) se prepararon en casa de Sabrina, en La Tablada, partido de La Matanza. Los cambios de ropa, maquillaje y extensiones daban la impresión de normalidad, pero el instinto maternal percibía otra cosa.
“Lara se paró en el patio y envió un mensaje a su hermana: ‘Cancela el coche que nos iban a llamar’. Lo recuerdo como si fuera hoy”, relata Sabrina. Esa noche no pudo despedirse de su hija. Hasta el final intentó averiguar el destino de las chicas y con quién iban, pero ellas guardaron silencio.
A casi dos meses del asesinato de las tres jóvenes, Sabrina evoca a Morena como una joven empática y bondadosa. Deseaba convertirse en policía y dejar atrás la prostitución. “Me dejaba sin palabras. Siempre tenía un gesto amable con los demás, se preocupaba por los animales y prestaba atención a sus amigas. Era muy humana”, describe.
Cada historia revive las risas compartidas, los abrazos y la complicidad que la hacían sentirse no sólo madre, sino amiga. “Sabía si tenía novio o cualquier otra cosa. Teníamos una relación de amigas, de amistad”, explica. Por eso no logra entender por qué su hija guardó silencio aquella noche.
Y añade: “Sigo teniendo rencor. No puedo perdonar el dolor que le causaron”. La violencia que acabó con la vida de Morena, Brenda y Lara dejó una huella imborrable en Sabrina y todos los que las conocieron.
En medio de la pérdida y la angustia, hay recuerdos que de vez en cuando le generan una sonrisa, como la medalla que le regaló Pilar, su sobrina, con la imagen de la última foto que se tomó con su hija durante su cumpleaños o el tatuaje que lleva de Morena. “Todo eso permanece en mi ser. Todo lo que vivimos juntas”, dice con nostalgia.
Sabrina desea mudarse, lo más lejos que pueda: “En esta casa están los recuerdos de ella. Quiero dejarle a papá un sitio tranquilo y que cuide de la habitación de mi hija”. No soporta ver cada rincón del hogar y que su hija no esté. “Quiero tranquilidad y necesito paz, aquí no puedo tenerla”, comenta.
Durante 20 años fue creyente, asistía semanalmente a la iglesia, colaboraba con los arreglos florales e incluso participaba en el coro. Actualmente, Sabrina lucha por mantener su fe y hallar un sentido a la injusticia.
Su hija Morena también era creyente. “Recuerdo que cuando murió Juan Carlos, el perro, porque comió algo en mal estado y su hermana Jana se sintió mal, Morena la tomó de la mano y le dijo: ‘Vamos a rezar'”, relata. Para ella, el duelo es una parte de la vida, un dolor con el que convivir, aunque nunca se supere completamente.
Sabrina recuerda la última Navidad junto a su hija y sobrina. El 24 de diciembre bailaron delante de la familia, algo que nunca hacían. Brenda pidió a su padre que pusiera música, mientras Sabrina las observaba desde un rincón. Nunca las había visto tan felices, tan libres.
Se avecinan fechas complicadas para la familia. Brenda cumpliría años el 26 de noviembre y Morena el 19 de enero. Se llevaban menos de dos meses y eran inseparables. “A More la ataron porque se habrá alterado al ver lo que le hicieron a su prima”, afirma.
“Ayer creo que la soñé, pero no lo recuerdo bien. Su hermana la sueña, la ve. Yo no puedo verla”, explica Sabrina, que duerme junto a un oso de peluche y una oruga que pertenecían a su hija.
Esta madre revive cada momento compartido con su hija Morena. Extraña cuando dormían juntas. “Siempre venía cuando tenía miedo”, confiesa. “Éramos muy amigas entre las tres. Corríamos con la perra por todos lados”, relata.
Cada gesto, cada sonrisa, cada abrazo se ha transformado ahora en un recuerdo que Sabrina atesora para mantener viva la memoria de Morena. Cuando le preguntan si le quedó algo pendiente por decirle, Sabrina duda un instante y después responde: “Sí, decirle más te amo”.
La Rabia Eterna
Juana, la abuela de Brenda y Morena, no logra contener las lágrimas; caen una tras otra. “Me arrebataron mi vida”, confiesa afectada. Al igual que el abuelo Antonio, exige justicia.
Aparenta estar agotada, menciona que quiere acabar con este sufrimiento. Su familia intenta sostenerla, pero recientemente recibió otra mala noticia. Su hermana más cercana falleció.
Antonio, que ha luchado desde el primer día, tampoco puede dejar de lado el enfado y el odio hacia los asesinos: “Quiero que sufran”.
Recientemente recibe mensajes de desconocidos que le aseguran que los responsables del crimen de sus nietas pagarán por lo que hicieron: “Me dicen: ‘Abuelo, quédese tranquilo, que acá los estamos esperando'”.
AA
