A las seis de la mañana de ese domingo, me desperté con la mente clara sobre el propósito que me había llevado hasta allí. Después de un café en la tienda y un desayuno rápido, salí para ser testigo de un amanecer despejado y sin viento. Sabía que el día prometía ser perfecto para la travesía que me había propuesto.
Preparativos para el Desafío
Me encontraba a orillas del Río Santa Cruz, en el corazón de la estepa patagónica, junto a otros 17 nadadores que, como yo, se preparaban para un reto de 100 kilómetros a nado. No sentía temor, pero mi mente estaba llena de preguntas. ¿Habría entrenado lo suficiente? ¿Mi cuerpo soportaría la baja temperatura del agua durante casi diez horas de esfuerzo continuo?
Desde pequeña he sido aficionada a la natación y nunca la he abandonado. Hace doce años di el salto a las aguas abiertas, y desde entonces cada verano me plantea nuevos retos. Mis familiares y colegas a menudo no comprenden este impulso, pero con el tiempo he encontrado mi comunidad entre otros nadadores, lo que también me llevó a conocer a mi pareja, Tomás.
Tributo a los Héroes del ARA San Juan
No es que no tuviera experiencia en largas inmersiones, pero las aguas abiertas a las que estaba acostumbrada siempre habían sido más cálidas. Para prepararme, pasé los meses anteriores aclimatándome al frío: baños helados y duchas frías. Equipadas con trajes de neopreno completos, solo nuestras caras quedaban expuestas; guantes, medias y una capucha nos protegían del agua a 7-10 grados Celsius.
Cuando supe del desafío en homenaje a los 44 tripulantes del ARA San Juan, organizado por el Grupo Master del Club Hispano Americano de Río Gallegos, me atrajo la idea de nadar 100 kilómetros para rendir tributo. Mi entrenador, Gerardo, reforzó mi confianza. Fijamos el evento para el 23 de marzo, desde la estancia La Marina hasta la Isla Pavón.
La víspera, nos reunimos en Comandante Luis Piedrabuena. Los 100 nadadores que participarían se agruparon: 18 completarían los 100 kilómetros, otros 20 nadarían 50 kilómetros, y el resto se repartiría entre distancias de 20 y 10 kilómetros. El ambiente era de compañerismo, marcado por saludos, abrazos y fotografías. Un viaje de cuatro horas, primero por caminos de ripio y luego por senderos apenas transitables, nos llevó hasta el campamento de inicio.
Por la mañana, nos sumergimos en el agua fría despacio, nuestras respiraciones acompasadas. Nos dividimos en grupos, cada uno guiado por una lancha con provisiones. Nuestros compañeros se aseguraban de que todos estuviéramos bien. A veces, bromeábamos sobre las corrientes que nos hacían avanzar a ritmos distintos.
A medida que nadábamos, el Río Santa Cruz nos mostraba su belleza: un caudaloso curso de agua turquesa, limpia y fría, viajando desde el glaciar hacia el mar. Al llegar a la mitad del recorrido, nos unimos con el grupo de 50 kilómetros. Aproveché para descansar y reencontrarme con Tomás, listo para sumarse.
Los últimos kilómetros fueron intensos. Con nuevas caras a nuestro alrededor, el ambiente se llenó de alegría y motivación, especialmente al recordar el objetivo: recordar a las víctimas del ARA San Juan. Las lágrimas se mezclaron con el agua fría al comprender que estaba concluyendo no solo un tributo sino un objetivo personal.
Regresando al muelle lleno de aplausos, una voz me recibió efusivamente: “¡Es otra de los 100, es otra mujer! ¡Es Sole de Buenos Aires!” El abrazo y las palabras de apoyo del organizador reflejaron la gratitud y la emoción contenida. En ese instante, supe que todo había valido la pena, y me llené de energía para buscar nuevos desafíos.
