El cuartel de bomberos de General Cerri se transformó en un refugio improvisado para alrededor de 200 personas que llegaron de golpe al darse cuenta del peligro que representaba quedarse en sus hogares durante el temporal. La corriente de agua avanzaba con inesperada fuerza, inundando y arrastrando todo a su paso. “No hay nada más que hacer”, se dijeron Gerardo Macchi, de 55 años, y Mercedes Ortega, de 46, antes de partir con sus tres hijos hacia el cuartel. Una vez allí, Mercedes insistió en saber sobre la situación del geriátrico: “¿Qué saben de los ancianos?”.
Una notificación devastadora
No pasó mucho tiempo antes de que alguien le informara que uno de los residentes había fallecido. “Mi papá -pensé-, sentía que era mi papá”. Mercedes relata que en cuestión de minutos recibió la confirmación impersonal de una empleada, cuando los teléfonos móviles aún funcionaban. Rolando Ortega, su padre de 91 años, había pasado sus últimos dos años en esa residencia y falleció el viernes, en el momento crítico de la inundación.
El caos y sus consecuencias
El desorden causado por el agua le impidió acercarse a la residencia, ubicada a solo tres calles de distancia. Tampoco pudo realizar los trámites necesarios, como reportar oficialmente el fallecimiento, tarea que debía llevar a cabo en Bahía Blanca.
Familias en el centro de evacuación
Esa misma noche, junto a sus hijos Sabrina, Estefanía y José, de 23, 17 y 7 años, respectivamente, los bomberos trasladaron a la familia al refugio habilitado en la escuela 10. Su descanso fue sobre el suelo del escenario, una dureza que solo benefició a Gerardo, quien en noviembre había sido operado de la columna tras un accidente en su trabajo como camionero.
Una casa destruida por el temporal
Gerardo utiliza un corset doble, lo que le impide mostrar su cicatriz, pero describe vértebra por vértebra lo sucedido, mientras comparte unos mates e invita a ver el estado de su hogar: “Van a encontrar pura ruina, barro que no podemos limpiar sin agua, y todo destrozado. No sabemos qué podremos rescatar”.
Por si vuelve a funcionar, conservan el nebulizador de José, su hijo menor asmático, que quedó bajo el agua debajo del mueble del televisor.
Los niños están con hermanas mayores en un departamento de un familiar en Bahía Blanca. Mientras tanto, el matrimonio decidió no abandonar el hogar. En la primera noche inflaron un colchón de camping y con la tela aún húmeda se acomodaron para descansar en el comedor.
Al igual que otros hogares de la zona, las paredes muestran la marca de hasta dónde el agua llegó. Aunque el sol ayuda a secar y las lluvias cesaron, el barro en las calles sigue dificultando el tránsito y el clima cálido propicia la proliferación de mosquitos.
“Debemos retomar nuestra vida y nuestro trabajo. No nos vamos a ir. Queremos reconstruir nuestra casa y reunirnos los cinco aquí”, cuenta Mercedes con determinación.
Con un rosario de madera alrededor del cuello, abre su teléfono y muestra fotos de su padre. Lo había visto el día anterior a su muerte, por la mañana y la tarde. Aún desconoce la causa exacta del deceso. Le dijeron que sufrió un infarto al intentar levantarlo de la cama, pero el informe oficial habla de un edema pulmonar y asfixia por sumersión.
“No tengo claro realmente qué pasó. Él estaba postrado”, dice con resignación. El cuerpo de Rolando Ortega está en la morgue judicial de Bahía Blanca. Mercedes no puede evitar romperse al contar esto, y siente una frustración y tristeza profundas. Lo único que desea es poder velarlo, “aunque sea durante una hora”.
EMJ