Si alguna vez existiera una adaptación argentina del programa Sobreviviendo Alaska, el primer episodio protagonizaría a Sandra Nélida Morales (64) y Rodolfo Dionisio Hakl (67). Esta pareja de jubilados decidió hace casi una década dejar atrás Buenos Aires para comenzar una nueva vida en una remota cabaña al norte del lago La Plata, en la región de Alto Río Senguer, en el oeste de Chubut.
“Lo único que deseamos es envejecer aquí, vivir en paz”, expresa Sandra. Pese a enfrentarse a juicios, intentos de desalojo, noches en prisión e incluso accidentes domésticos, nunca desistieron de su sueño. Creen firmemente que ese rincón del mundo les pertenece.
“La vida en José C. Paz era insoportable; vecinos gritando todo el día, personas bajo el efecto de drogas. Los perros ladraban sin parar y no podíamos descansar. Nos asaltaron muchas veces”, recuerda Rodolfo.
Llevan 42 años de matrimonio y durante años pasaron sus vacaciones en la Patagonia. Notaron cómo los espacios libres para acampar iban desapareciendo con cada verano que pasaba.
El nuevo comienzo en la Patagonia
En 2016, decidieron dar un giro a sus vidas y se mudaron a una tierra fiscal a 120 kilómetros de la ciudad más cercana, en la orilla del Lago La Plata, en Chubut. Llegaron a su nuevo hogar con determinación y paciencia.
“Nunca invadimos tierras privadas, pedimos permiso al llegar”, explican. Ofrecieron al municipio trabajar sin recibir salario, cuidando del camping y manteniendo limpio el entorno. La respuesta municipal fue dejar la decisión a los concejales.
Desafíos legales y empresariales
“La resolución de las autoridades resultó en dos juicios, uno penal y otro civil. Fuimos absueltos en lo penal, mientras que el civil sigue abierto. Los grandes empresarios están comprando la Patagonia. Nosotros simplemente nos asentamos y ahora no saben cómo sacarnos”, cuenta Sandra, docente jubilada.
Rodolfo, que es albañil, levantó la cabaña con sus propias manos. La construcción mide 7×7 metros, sin divisiones internas, y cuenta con un entrepiso donde se encuentran las habitaciones. En el centro, hay un fogón con diseño alemán, rodeado por paredes de hierro y un portón. La instalación de agua se encuentra enterrada a varios metros para evitar que el agua se congele. También tienen un tanque biodigestor y un generador de combustible utilizado con moderación.
Supervivencia y adaptaciones en invierno
Trabajaron durante nueve meses sin descanso. Sandra enviaba dinero para materiales especiales, como los cristales termopanel. “Nos endeudamos e hipotecamos por dos años”, relatan. Sandra recuerda contarle a su hija sobre el plan de mudarse al sur: “Me dijo que era contradictoria a la educación que le di”.
La vida es sencilla, aunque difícil. Encender la estufa rusa, cocinar en la cocina de leña, calentar agua, partir leña y cuidar el invernadero. Rodolfo encuentra placer en preparar dulces como tortas de manzana, pastafrola, pastelitos y tortas fritas, mientras que Sandra completó recientemente un libro sobre su aventura patagónica. Pasan el tiempo jugando a los dardos y conversando. “Nos perseguimos alrededor del fogón”, bromea Rodolfo.
“Admiro a mi esposa; se crió con comodidades eléctricas. En Misiones tenía una letrina sin servicios básicos. Yo sabía lidiar con eso, pero ella no sabía manejar un hacha”, afirma Rodolfo.
Los inviernos junto a la Cordillera de los Andes son duros. El sol sale a las 11 y se oculta a las 17 horas. Durante cuatro meses, la nieve bloquea todos los accesos y el frío puede llegar a -20°. Su cabaña se convierte en un refugio, y deben prepararse con provisiones anticipadas para resistir la temporada.
“Planeamos las compras para varios meses; alimentos y bebidas. El primer invierno no calculamos bien y nos quedamos sin harina”, relata Rodolfo.
Aventuras y desafíos inesperados
Para buscar provisiones, remaron en una balsa improvisada por el río hasta llegar a la casa de su vecino más cercano, a 18 kilómetros. Construyeron un sótano a dos metros bajo tierra para almacenar alimentos en buenas condiciones. El alivio llega con el verano, y las temperaturas suben hasta los 22 grados.
Vivir en la naturaleza trae desafíos inesperados. “Una vez me herí gravemente con una amoladora”, narra Rodolfo. Sin acceso a hospitales por la nieve, Sandra usó su botiquín. Rodolfo, valientemente, tomó un corcho entre los dientes y se suturó él mismo: nueve puntos en la mano y catorce en la pierna. “Después de todo, me desmayé”, recuerda.
El incidente resalta los riesgos de vivir en un entorno inhóspito, experiencias que pocos en ciudades enfrentan. Esto motivó a su hija a instalar una antena de internet satelital.
“Dicen que vivamos como antes, sin tecnología. Aunque nunca te desvinculas del sistema del todo, pues surge la necesidad de ir a la tienda”, dice Sandra, quien maneja un canal de Youtube narrando sus experiencias.
Resistiendo con determinación
Desde que llegaron a Patagonia, enfrentan conflictos con la Municipalidad de Río Senguer y la policía. “Casi lo matan”, menciona Sandra. “Me torturaron en la nieve”, recuerda Rodolfo.
Rodolfo fue sometido por el GEO en su cabaña y estuvo en prisión una semana. “Nos etiquetan como no gratos. Todo lo que pedimos es un permiso para vivir en paz, algún alquiler o que nos vendan 500 metros. Queremos colaborar, ayudar a quien lo requiera”, explica Sandra.
Pese a todo, Sandra y Rodolfo permanecen firmes. Eligen la belleza natural de los Andes antes que regresar a una ciudad bulliciosa. Sus próximas metas incluyen adquirir una hidroturbina para energía sostenible. Comparten su historia en redes sociales, dejando manera de ayudarles (alias Sandra.499.borro.mp).
“No queremos volver a Buenos Aires. Algunos no pueden entender, prefieren la vida urbana. Nuestra decisión es definitiva, lo decidí al igual que me casé hace 42 años”, concluye Rodolfo.
MG
