En un breve lapso de tiempo, la dinámica máquina de difusión sanitaria de Estados Unidos ha producido distintas versiones sobre presuntos efectos secundarios serios de dos medicamentos esenciales: el paracetamol y la vacuna contra el Covid. Ambas presentan una conexión inquietante: se difundieron sin pruebas concluyentes y el entusiasmo generado inicialmente se esfumó con el tiempo.
Inciertos anuncios gubernamentales
El segundo episodio de esta saga ocurrió este lunes, cuando The Washington Post dio a conocer que el gobierno de Donald Trump haría un comunicado vinculando el autismo con el consumo de paracetamol durante el embarazo. Fue casi como dejar una puerta abierta: no se precisó la razón, ni la dosis potencialmente dañina, ni se respaldó con estudios fiables esa afirmación.
Finalmente, el anuncio fue realizado al atardecer y las expectativas creadas durante el día comenzaron a desvanecerse. Uno de los argumentos del presidente estadounidense para desalentar el uso de paracetamol en mujeres embarazadas fue relacionar el supuesto de que en Cuba no hay casos de autismo con el hecho de que carecen de recursos para adquirir Tylenol, según informó la agencia EFE.
Durante la conferencia de prensa brindada por Trump y su secretario de Salud, Robert Kennedy Jr., no se presentaron muchas otras pruebas. La recomendación fue moderar el uso de paracetamol, limitándolo a casos de fiebre extremadamente alta e intolerable para las embarazadas, debido a que “el Tylenol no es bueno”. La administración republicana, con este tipo de estrategias, parece buscar reducir las elevadas cifras de autismo en el país.
Controversias con la vacuna contra el Covid
El 12 de septiembre, se generó una preocupación aún mayor respecto a la vacuna de ARN mensajero contra el Covid. El mismo medio estadounidense reveló en exclusiva, basándose en cuatro fuentes anónimas, que el gobierno de Trump anunciaría una relación entre este fármaco, elaborado por las compañías Pfizer y Moderna, y el fallecimiento de 25 menores.
En esta situación, el anuncio no se concretó. Lo único que se ha producido hasta ahora fue una comunicación el pasado viernes de las autoridades sanitarias de Estados Unidos modificando la obligatoriedad universal de la vacuna del Covid, convirtiendo esa medida preventiva en una decisión individual y voluntaria de cada ciudadano tras consultar con su médico los pros y contras.
Tanto la declaración sobre el paracetamol como la relativa a la vacuna del Covid fueron replicadas con anticipación por numerosos medios de comunicación a nivel mundial. Fabricantes de ambos productos y expertos independientes alzaron la voz para contrarrestar esas afirmaciones, lo cual solo aumentó la atención y amplificó algo que nunca se convertiría en un hecho verificable e innegable.
Cientos de miles de personas, que suelen buscar este tipo de información como herramienta para velar por su salud, se encontraron en estos contextos con los supuestos efectos negativos que ambos medicamentos podrían tener: una difusión de teorías inestables que al final dieron lugar a una situación de gran incertidumbre.
El título de este artículo no es ajeno a esta lógica, y en consonancia con el auge de teorías conspirativas, parece que muchos encuentran creíble la hipotética existencia de un elemento oscuro y peligroso que vincule estos dos productos farmacéuticos, algo en lo que aparentemente nadie había reparado hasta ahora. El denominador común que los une, por supuesto, es el recurso incuestionable con el que ciertos sectores de poder tienden a socavar prospectos.
La pregunta que surge de estas experiencias es cuántas personas se ven influenciadas por la duda viral no fundamentada que se cuela en el imaginario colectivo para la toma de decisiones futuras: cuántas mujeres embarazadas evitarán usar paracetamol por temor a perjudicar a sus bebés; cuántos padres se abstendrán de vacunar a sus hijos contra el Covid por temor a que la versión nunca confirmada sea cierta. Un terreno peligroso para la ciencia, cuyos deslices en el mundo de las teorías la convierten en mito.
PS