Exploración personal: combinar emociones al dejar atrás a mis hijos para comenzar una nueva vida en España con mi pareja

Aeropuerto de Ezeiza, 19 de marzo de 2023. Una pareja, ambos cercanos a los sesenta, mueve un carrito cargado con cinco maletas. Sus rostros no muestran la típica emoción del turista en un viaje de ida y vuelta. Unos billetes aéreos asoman de un bolso, solo de ida. Su destino no tiene regreso. Ella lanza una última mirada atrás, como si fuera una fugitiva. ¿Acaso está escapando?

Explorando La Decisión

En efecto, escapaba. Pero aún no lo sabía del todo. ¿De qué escapaba? La respuesta debería ser sencilla, puesto que esa mujer soy yo. Sin embargo, entender nuestras propias motivaciones no siempre es sencillo. Dejé Argentina dos años y medio atrás. No fue la necesidad económica, ni la inseguridad lo que me motivó. En Argentina tenía una vida plena: tres hijos, un hogar repartido entre Buenos Aires y La Caleta, bibliotecas, amigos y familia. Repito, tres hijos. La realidad es que esa mujer en el aeropuerto era una madre, con un carro más pesado por la culpa que por las maletas.

Los Hijos: Un Vínculo Inquebrantable

Mis hijos, de 26, 21 y 18 años, dos chicos y una chica. No fue un plan consciente, simplemente sucedió. Llegaron a mi vida con un amor tan intenso como agotador. Ser madre es una experiencia que te transforma para siempre. Un hijo es como una extensión de tu ser, que te crece adentro y después es retirado al nacer. Desde ese momento, una siempre siente que falta algo para estar completa, aunque lo que falta ya no te pertenece.

La maternidad no se cuestiona, y tampoco es algo que se enseña. Llega sin instrucciones. A lo largo de sus vidas, una madre siempre se preocupa por el bienestar de sus hijos. Desde que son pequeños hasta adultos, siempre hay algo que podría salir mal. Y en este mundo moderno, los instintos han cambiado. ¿Fallé al decidir dejar a mis hijos y emigrar?

Tomar Decisiones Difíciles

La primera vez que contrarresté lo que creía que mis hijos deseaban fue al separarme de su padre, impulsada por una enfermedad que detuvo el statu quo. Empecé a vivir todos aquellos anhelos que había postergado. La custodia compartida me permitió explorar mi tiempo libre como mujer soltera y madura, y me volví hacia la escritura, una pasión que había dejado de lado por mucho tiempo. También formé una nueva pareja y viajé sin cesar. Durante uno de esos viajes con mi pareja por Europa, nos preguntamos cómo sería vivir allí, sin prisa, siendo parte de una ciudad que nos había encantado. Era el momento adecuado, aún teníamos salud y ganas. ¿Y qué pasaría con los hijos? Ya habían crecido, vivían más independientes, tal y como debía ser.

Decidí emigrar, sabiendo que mis hijos ya tenían sus caminos y mi pareja enfrentaba cambios similares pero opuestos. Mi determinación estaba alimentada por mi deseo de aventura, de vivir experiencias antes de que la vida comenzara a declinar. Pero no lo revelé abiertamente, sino que esperé a que mis hijos dijeran algo que me hiciera reconsiderar.

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Despedidas y Regreso

Decidimos partir unos días después del cumpleaños del menor. Nadie expresó objeciones al saberlo. Reflexiono y no consigo recordarlo, quizás asumieron que para ellos sería lo mejor. No obstante, cuando llegó el día, fue doloroso. Decidí despedirme de ellos un día antes de mi partida, para que no presenciaran mi partida. El mayor ya estaba de viaje, y me despedí de él por anticipado.

Esa mañana intenté mantener la normalidad mientras compartía un último desayuno con mi hija. Nuestras rutinas quedaron impregnadas en ese momento, apenas conversamos, pero al mirarnos me pidió que mantuviéramos un encuentro virtual semanal. Ahí comprendí la magnitud del desgarro emocional. La llevé al trabajo, sabiendo que sería un adiós hasta agosto, cuando nos reuniríamos de nuevo.

El más joven, con quien había recorrido su futuro lugar de estudio gastronómico unos días antes, me dejó con palabras cortas, prometiéndole que volvería si algún día lo deseaba. Pero nunca hizo uso de esa llave. Nos retiramos con un gran abrazo pero sin lágrimas, y me encaminé hacia un nuevo comienzo con una mezcla de nostalgia y esperanza.

A medida que cierro la puerta de ese hogar compartido con mis hijos, experimento una conmoción interna. Preparo el lugar y lo abandona, cerrando esa etapa de mi vida.

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El movimiento para mí es como un refugio. Me mantiene alerta y viva, evitando que me estanque. Aunque mis hijos ahora viven en Barcelona, aún hay uno que permanece lejos. Viajo a menudo a visitarla, integrándome en su vida solo como visitante. Ella, con su vida propia, se convirtió en un símbolo de la autonomía que quise inculcar. Me preparo para mi próximo viaje a verla, emocionada por las experiencias que compartiremos.

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