Según un estudio de la Harvard Business Review titulado “Cómo la inteligencia artificial generativa realmente será utilizada en 2025”, un hallazgo relevante se destaca: el uso de la IA generativa más común será para fines de “terapia y compañía emocional”. Este análisis fue realizado por Marc Zao-Sanders, quien estudió más de cien casos reales de aplicación tecnológica en plataformas como Reddit y Quora.
La búsqueda de apoyo emocional lidera el listado, que también incluye consultas para manejar la cotidianidad o encontrar un propósito en la vida. Este cambio, del uso técnico al humano, es evidente ya en Argentina: muchos adolescentes utilizan los chatbots como un espacio para hablar, expresar preocupaciones o incluso buscar diagnósticos médicamente definidos.
La psiquiatra infantil y juvenil Silvia Ongini (MN 6921), miembro del Departamento de Pediatría del Hospital de Clínicas y presidenta de CePasi, comenta que algunos pacientes llegan a la consulta “según un diagnóstico encontrado a través de inteligencia artificial”. CePasi es una organización comprometida con la vigilancia, detección y soporte de problemáticas de salud mental infantil y adolescente.
Ella advierte sobre cómo estos dispositivos son humanizados por jóvenes que están en crisis y no encuentran el apoyo necesario en su entorno más cercano. Cuando la evaluación clínica no coincide con lo que han leído, pueden surgir resistencias y un sentimiento de carencia más pronunciado.
Expertos coinciden en afirmar que este incremento no ocurre de manera aislada: emerge en una era que favorece la rapidez, desestima la espera y proporciona respuestas instantáneas donde previamente se dedicaba tiempo a pensar y procesar el dolor.
Una era que demanda respuestas inmediatas
Jorge Prado, psicólogo y profesor en la Universidad de Buenos Aires especializado en clínicas con jóvenes, expresa una percepción clara: la IA ha comenzado a ofrecer “respuestas rápidas y definitivas” en lugar de pausas, cuestionamientos y esfuerzos compartidos. Esto no representa un mero cambio técnico, sino un cambio significativo en cómo se enfrenta el sufrimiento.
En una cultura que valida lo instantáneo y hace del presente algo fugaz, resulta atractivo optar por vías rápidas para evitar la confrontación con los demás, expresa Prado. Resumen su preocupación afirmando que “la IA sustituye la pregunta del deseo por la lógica de la necesidad”.
El psicólogo y divulgador Sebastián Saravia, con notable influencia en redes sociales, asocia este fenómeno con la disminución de la autoridad simbólica de los adultos.
Comenta que el contexto actual ha desplazado a los padres del rol de conocimiento y poder, un espacio que ha sido ocupado por aplicaciones. A juicio de su experiencia con jóvenes, tres de cada cuatro emplean este estilo de conversación con chatbots, a quienes perciben como “sabios e inteligentes”, disponibles “todo el día”. Además, contrasta el hecho de que mientras los padres establecen límites, las aplicaciones no lo hacen. Esta disponibilidad sin límites, conflictos ni cansancio, las hace atractivas para aquellos que se sienten apartados o desbordados.
Marcelo Rodríguez Ceberio, doctor en Psicología por las universidades de Barcelona y Buenos Aires y cofundador de la Escuela Sistémica Argentina, junto con la psicóloga Carolina Calligaro, integral al capítulo de Salud Mental Digital de la AASM, destacan que los asistentes virtuales y la IA generativa ya son parte significativa de la emocionalidad cotidiana.
De simple herramienta a amigo digital
Una preocupación expresada por los expertos es cómo muchos jóvenes no solo usan la IA, sino que también la dotan de características humanas, convirtiéndola en un interlocutor emocional.
Ongini describe vívidamente: adolescentes en momentos críticos requieren ayuda, llegan a proyectar cualidades humanas en los algoritmos, acercándose a ellos como si realmente fueran humanos.
Aunque están conscientes de que no hay una persona real detrás, la desesperación o aislamiento les lleva a confiar en ese canal. Según Ongini, la interacción puede asimilarse a un diálogo, pero, esencialmente, termina siendo “casi un monólogo”.
Prado plantea una imagen provocadora: “¿Son nuestras IAs los nuevos oráculos?” Su preocupación es que estas respuestas automáticas se conviertan en incuestionables, promoviendo procesos de identificación y alienación que se cristalizan, presentando una imagen “tranquilizadora pero empobrecedora” del desarrollo subjetivo.
Peligros clínicos y relaciónales
Ongini identifica la soledad acrecentada como el primer riesgo. Estos dispositivos no solo no proporcionan respuestas adecuadas, sino que aíslan aún más a los jóvenes. En situaciones de depresión severa, este aislamiento puede ser crítico. La IA, con su tono neutral, amplifica la sensación de encierro, sin activar mecanismos de protección. Saravia nota antecedentes preocupantes en otros países, donde algoritmos aconsejaron evitar hablar con familiares en contextos de pensamientos suicidas.
Otra amenaza es la rigidez identitaria. Prado observa cómo identidades como déficit de atención, autismo o Asperger se popularizan hasta convertirse en etiquetas cotidianas. De este modo, el sujeto se define por un rasgo, un modo de pertenencia.
Ongini añade sobre el impacto en la percepción de la realidad y funciones ejecutivas, aún en desarrollo durante la adolescencia. Aquí, los jóvenes tienden a atribuir al algoritmo características de su propia imaginación: cargan a la IA de expectativas y suposiciones humanas. Cuando esta construcción se derrumba, la angustia se intensifica.
Saravia destaca un clima de época, citando a Joseph Knobel Freud: “vivimos tiempos de niños solitarios y padres que actúan con inmadurez”. La autoridad adulta está siendo desplazada, permitiendo que aplicaciones llenen ese espacio con una apariencia de conocimientos ilimitados frente a la debilidad o ausencia de los adultos.
El valor potencial de la IA
Aunque ninguno de los especialistas sugiere satanizar la tecnología, sí reflexionan sobre cómo integrarla sin que reemplace la interacción humana. Consideran que estas herramientas pueden ser útiles si se combinan con la presencia adulta, el juicio clínico y un marco de protección.
Rodríguez Ceberio y Calligaro señalan que la IA es capaz de “identificar micro-patrones de comunicación, tiempos de respuesta, secuencias de diálogo y estados emocionales”. Para adolescentes cuya vida social transcurre en chats, esta información puede proporcionar al terapeuta pistas que no siempre se evidencian en la consulta. Describen una “capacidad analítica ampliada” que, usada correctamente, facilita la comprensión de la co-regulación entre familia, adolescente y entornos digitales.
Saravia señala que, para ciertos jóvenes, los chatbots podrían funcionar como un “espacio terapéutico previo”, donde atrever a dialogar sobre temas que podrían luego tratar en consultas reales. Sin embargo, advierten que este espacio intermedio no debe convertirse en destino final. La oportunidad surge cuando ese uso fomenta un encuentro humano más que un reemplazo.
Para adultos, la IA podría ofrecer un apoyo tangible. Rodríguez Ceberio y Calligaro visualizan cómo podría proveer elementos de educación psicológica, ejemplos de comunicación y estrategias de apoyo emocional para familias desorientadas ante el mundo digital de los adolescentes.
Proponen que “plataformas basadas en IA podrían proporcionar retroalimentación respetuosa y no intrusiva sobre patrones emergentes”. En un contexto de políticas amplias, esto requiere capacitar a padres y educadores en una lectura crítica de estos entornos y no dejarlos solos ante lenguajes que los adolescentes dominan mejor.
Un punto sobre el que todos coinciden: la IA no debe reemplazar el juicio clínico. “La intervención humana del psicoterapeuta siempre será necesaria”, enfatizan. La decisión de intervención, el análisis contextual y la construcción de un vínculo terapéutico no pueden ser automatizadas. La tecnología sólo cobra sentido cuando respalda, no cuando sustituye, las redes humanas de apoyo.
Lo que permanece irremplazable
Prado señala un punto estructural: “la falta ya no es un motor de búsqueda, sino un problema intolerable que debe ser resuelto inmediatamente”. Indica que el deseo solo puede surgir si existe un vacío, un espacio que permita las preguntas. Cuando se intenta borrar ese espacio sin certezas, se elimina la posibilidad de elaboración.
Ongini subraya la importancia del encuentro real. Incluso cuando la IA sugiere consultar a alguien, no es efectivo si no hay una cercanía humana que sirva de base. Para ella, es vital “fortalecer las familias, los niños y adolescentes” y compartir espacios más allá de lo virtual. También recalca la importancia de estar alerta a cambios en ánimo, hábitos o relaciones; y sobre todo, no menospreciar el sufrimiento.
Saravia menciona la importancia de gestos simples pero relevantes: sentarse a hablar, interesarse por lo que los chicos hacen en los medios digitales, “pero no para castigar, sino para realmente entender”. En una época en la que muchos adolescentes encuentran en la IA una voz sin juicio, el reto para los adultos es reconstruir una escucha que no denigre ni ridiculice.
La cuestión colegiada
Cuando un joven se dirige a un chatbot para hablar de sus sentimientos, no busca un simple dato: anhela una presencia comprensiva. Una escucha sin prejuicios, sin enfado, sin distancia. Algo que, a menudo, no halla cerca.
Es por eso que la IA progresa: no porque sea superior, sino porque está disponible constantemente. Y porque el momento actual impulsa a resolverlo todo velozmente, sin detenerse. En tal contexto, una respuesta inmediata parece un respiro.
Ongini menciona que estas herramientas se desploman “por su propio peso”: la ilusión de compañía se desmorona cuando el adolescente requiere contención real, juicio o una presencia auténtica, que la IA simplemente no puede ofrecer. Cuando esa limitación emerge, la pantalla deja al descubierto el vacío relacional que estaba encubriendo. Ese vacío no es tecnológico, sino de relaciones.
Estas voces no reflejan un conflicto entre humanos y máquinas, sino la debilidad de los lazos que deberían mitigar el malestar. Prado habla de deseo y carencia. Saravia, de adultos “presentes pero ausentes”. Rodríguez Ceberio y Calligaro, del sistema familiar más extenso. Ongini, de jóvenes que se aferran a etiquetas online para expresar lo que no consiguen articular.
De estas perspectivas surge la misma intuición: la IA no sustituye un vínculo completo. Llena un vacío que no se cubre con alarmas o restricciones, y pide tramas afectivas que sostengan, instituciones que acompañen, adultos que vuelvan a dar lugar a la palabra.
Entre todos los testimonios y experiencia, aparece la gran interrogante: ¿qué tipo de presencia necesitan hoy los adolescentes para no quedar solos frente a una pantalla que siempre responde, pero que nunca está verdaderamente presente?
