Crecí con un padre agresivo: mi camino hacia el éxito entre sueños, caídas y levantadas

La protagonista de “Comer, rezar, amar”, interpretada por Julia Roberts, nos presenta la palabra “attraversiamo”, que en italiano significa “crucemos”. Esta expresión me marcó profundamente en mi vida. La combinación de sus sonidos evoca una melodía cautivadora que resonó en mis oídos la primera vez que la escuché. Al final de la película, después de un viaje emocional, Liz repite la palabra, simbolizando un cruce hacia un nuevo destino. Admito que el cine de Hollywood ha formado parte de mi educación emocional, aunque suene algo melancólico.

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Imaginación y Superación

El término “attraversiamo” resuena en mí porque refleja mi propio viaje de superación personal, desde una infancia marcada por la agresión paterna hasta el logro de varios de mis objetivos. Mis sueños siempre implicaron explorar, narrar historias, editar libros y cantar, aunque en el camino encontré desafíos que me pusieron a prueba.

Reminiscencias de Posadas

Nací en Posadas, Misiones, en 1965. Mi infancia fue un tanto nómada debido a los constantes traslados de mi padre, quien era parte de la Prefectura Naval y, anteriormente, de la Marina, que él mismo llamaba su otra familia. Los recuerdos de esos primeros años son fragmentos contados por mis hermanas y hermano, todos mayores que yo. A pesar del tiempo, regresar a Posadas sigue siendo un pendiente en mi vida.

Memorias en Villa Madero

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Después de Misiones, nos establecimos en Villa Madero, en Buenos Aires, cerca de la vía del tren. Mi mente guarda vivencias de esa época: el traqueteo de los trenes, el resplandor de las luciérnagas, nuestro perro Buky, las melodías de Mercedes Sosa y las canciones de mi madre. Sin embargo, también recuerdo el instante en que vi a mi padre agredir a mamá por primera vez, un suceso que dejó una huella imborrable en mi memoria.

La Revelación de la Fragilidad

Algo cambió en mí cuando, siendo niña, comprendí que mi padre no era invulnerable. Después de una discusión intensa, vi cómo tomaba su maleta afirmando que se marchaba, lo que me hizo cuestionar su autoridad. En ese momento, atravesé del terror ilimitado a un miedo más tangible, dándome cuenta de la fragilidad que todos, incluso él, podíamos tener.

Con el tiempo, mi hermana Graciela fue señalada como la oveja negra de la familia, una válvula de escape para el caos interno que todos vivíamos. Su salud mental era tratada con castigos físicos en lugar de comprensión. Ella poseía una belleza cautivadora y peligrosa, herencia, quizás, de la abuela que nunca conocimos.

En los años siguientes, mi padre optó por ausentarse física y emocionalmente, dejándonos a merced de sus arranques de violencia y a los engaños que nos contábamos para sobrevivir. La literatura, como la saga de “Puck”, me brindó refugios alternativos, mundo donde encontré la palabra “Val”, que simbolizaba un escape imaginario hacia Valparaíso.

Ese lugar se convirtió en un sueño realizado décadas más tarde cuando finalmente lo visité. Allí, las memorias de mis lecturas infantiles se mezclaron con la realidad de mis pasos en el puerto. Las fotos que guardo de esa travesía, junto con las imágenes de mis sobrinas y sobrinos, son testimonios de un viaje que fue tanto físico como emocional.

Con los años, mientras intentaba cumplir mis aspiraciones, me enfrentaba a la creciente ira de mi padre. Los libros fueron un refugio, pero mi imaginación también ideó formas de escapar, aunque fuera solo en mis sueños más oscuros. A medida que él perdía el control, mi deseo de libertad creció.

Perdí a mis hermanos Graciela y Osvaldo tras complicaciones relacionadas con el VIH. La adicción, que interpretamos como una incapacidad de expresarse, contribuyó a su tragedia. Si hubieran podido hablar, creo que hoy estarían vivos, compartiendo sus sueños con el mundo.

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Al cumplir 19 años, logré escapar físicamente del entorno opresivo. Viví en varias direcciones buscando seguridad, incluso si a veces terminaba expuesta a otros peligros. Las historias de violencia no terminaron con mi partida; fueron parte de las lecciones que me ayudaron a forjar mi camino, un camino de auto-re-invención y resistencia.

¿Cómo es posible superar una infancia y adolescencia tan complejas? A través del psicoanálisis, encontré una puerta para la sanación interior. Personas claves en mi vida, de maestros a desconocidos, me brindaron el apoyo que necesitaría para recomponerme y crecer. Con cada caída y ascenso, aprendí a trabajar, amar y soñar, tejiendo mi historia personal como una constelación única.

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