La crisis de Mar del Plata: un reflejo de tensiones sociales
Todo comenzó durante el recreo en la Escuela Primaria N°21, ubicada en el barrio Jorge Newbery de Mar del Plata. Un niño de 10 años fue señalado por tocamientos inapropiados hacia dos compañeras de 7 años. Las familias de las supuestas afectadas pidieron respuestas inmediatas, y en poco tiempo, la situación se tornó caótica. Esa misma noche, un grupo de padres enfurecidos prendió fuego la vivienda del acusado, donde estaba junto a su madre y sus dos hermanas, quienes lograron salir ilesas. Trágicamente, el perro de la familia murió en el incendio. Este hecho no solo devastó a la familia, sino que también puso de manifiesto una palpable tensión social: una inclinación a castigar antes de intentar comprender.
La complejidad de abordar acusaciones entre niños
Este suceso en una escuela de Mar del Plata plantea una pregunta difícil e impostergable: ¿cómo se aborda un caso de abuso cuando el implicado también es un menor? ¿Qué papel juegan los adultos cuando explotan en furia en lugar de contener?
El impacto del incidente shockeó a toda la comunidad educativa y llevó a una huelga docente de 24 horas en protesta contra la violencia escolar.
El enfoque psicológico: educar, no castigar
Para María Zysman, psicopedagoga y fundadora de Libres de Bullying, el problema radica no solo en el acto en sí, sino en cómo lo perciben los adultos. “La perspectiva adultocéntrica frente a las acciones de los niños está generando muchos inconvenientes. A los 10 años, un niño debería haber aprendido que no se pueden tocar las partes privadas de otro, si se hubiera trabajado adecuadamente la educación sexual integral (ESI)”, explica.
“Un acto así a los 10 años no necesariamente califica como abuso sexual, ni justifica etiquetar al niño ni aplicar sanciones como si fuera un adulto. La intervención debe ser de reflexión: permitir que cada parte asimile lo ocurrido y busque formas de reparación. Esto sin volver a victimizar a los niños afectados, ya que aunque lo hecho estuvo mal, se puede abordar mediante el diálogo. El problema surge cuando los adultos proyectan sus propias interpretaciones, en un entorno de irritabilidad e hiperreacción que complica la convivencia en y fuera de las aulas”, explica al medio Clarín.
Zysman también destaca la presión que enfrentan las familias en estas situaciones. “Muchas comunidades buscan simplemente eliminar a quien perciben como un problema. Etiquetar a un niño de esta manera es dañino; es muy difícil para él liberarse de esa etiqueta. Reaccionar con violencia bajo la excusa de ‘autodefensa’ no educa, sino que perpetúa la agresión.”
Adicionalmente, Zysman advierte sobre el impacto negativo de la exposición en los medios. “Es importante hablar de estos temas, pero sin estigmatizar a los implicados. La repetida exposición mediática puede intensificar el daño. Necesitamos proteger a los niños, no ponerlos en situaciones vulnerables. Los pequeños que ven como una familia es atacada con fuego crecerán sintiendo miedo debido al comportamiento adulto desbocado e incontrolable. Eso definitivamente no les benefician.”
Una reacción desmedida que no enseña
Alejandro Castro Santander, psicopedagogo y director del Observatorio de la Convivencia Escolar (UCA), coincide en que la reacción debe ser educativa y no punitiva. Según él, “la rabia de los adultos proviene del miedo moral y la falta de confianza en las instituciones. Ante la percepción de impunidad, la comunidad opta por aplicar justicia por cuenta propia, lo cual solo incrementa el daño. Quemar la casa no fue un acto de justicia: fue un intento simbólico de erradicar el problema con llamas”.
Castro recalca que el ejemplo es crucial. “Instalar el concepto de ‘niño abusador’ desplaza el foco, criminalizando la infancia. Se transforma un problema de conducta en uno de seguridad. Cuando los adultos responden con venganza, enseñan que la violencia es un método legítimo para dirimir conflictos”, señala.
El clamor por justicia de una madre
Nélida, la madre del niño señalado, trata de encontrar sentido a los hechos. Con la voz temblorosa, comparte: “Estoy buscando justicia, estoy siguiendo las vías legales. Quiero que todo esto se esclarezca y saber realmente qué ocurrió, porque honestamente no lo sé. Dejo a mi hijo en la escuela a las ocho de la mañana y, a las diez y media, me llaman. Al llegar, me encuentro con la acusación de que mi hijo había tocado a dos niñas sobre la ropa en sus partes privadas, pero no sé qué pensar”, relata a Clarín.
“Le pregunto a mi hijo y él me asegura que no hizo nada, que ni siquiera las tocó. Estoy perdida y también intento ponerme en el lugar de esa familia. Pero esto se salió de control. No debía pasar así. Yo hubiera dejado todo en manos de la justicia. Me destrozaron la vida: incendiaron mi casa, lo poco que teníamos. Nos dejaron sin pertenencias, sin documentos. Además de él, tengo dos hijas más. Me golpearon, quemaron mi hogar. Tenía que llegar todo a esto. Gente cruel”, expresa.
Mónica Lence, presidenta del Consejo Escolar de General Pueyrredón, uno de los primeros oficiales en intervenir tras el incidente, comenta: “Nos enteramos a través de los medios; no tuvimos aviso de la escuela. Al comenzar a investigar, contactamos directivos y padres para reconstruir lo sucedido. Pienso inmediatamente en que un niño de diez años fue atacado sin pruebas concretas, solo por rumores. Atacaron la escuela y le quemaron la casa. Eso me aterra.”
“Frente a la escuela hay una comisaría y esta situación superó a todos. Lo grave es que fue un rumor difundido por WhatsApp entre padres, que circuló, luego ingresaron a la escuela y después quemaron la casa matando al perro del niño. Ya sea que haya o no problemas con ese chico, sin pruebas, esa fue la actitud de los padres”, añade.
Lence describe un sistema al borde del colapso: “En el consejo, todos los inspectores, los directores están llorando, nadie sabe qué hacer. Todos estamos nerviosos. Presentamos denuncias contra los padres que dañaron la escuela. Entonces, tienes acusaciones contra un niño de 10 años, denuncias contra los padres. Es un caos. Dos meses atrás tuvimos una situación parecida: acusaron a un auxiliar, quemaron su auto y hasta la fecha no hay pruebas concretas.”
Reflexión final: la oportunidad perdida
La historia de Mar del Plata ilustra no solo un hecho aislado en una escuela, sino también la forma en que los adultos manejan sus miedos. Docentes sobrepasados y una comunidad que replica su desesperación con violencia. Como señalan los especialistas, el castigo no enseña; la reparación y empatía sí. Lo que podría haber sido una oportunidad para instruir en respeto y límites, terminó convirtiéndose en una manifestación de furia colectiva.
