En los extensos registros de sus viajes intercontinentales -desde Argentina a Italia, del este de Estados Unidos a Medio Oriente, o del norte de África al sudeste Asiático-, el reportero argentino Avedís “Avo” Hadjian -nacido en Alepo, Siria, en 1968 y establecido en Argentina poco después- siempre había tenido en mente un gran viaje que deseaba llevar a cabo desde su niñez en las calles adoquinadas de Palermo Viejo.
Una especie de sentido del deber moral lo impulsaba a aventurarse lejos de su país adoptivo. El destino ansiado de esta idea largamente pospuesta era la región este de Turquía, una tierra áspera y montañosa que había albergado a sus antepasados armenios.
Comienzo de la investigación
Siendo cuidadoso pero también intrépido, Hadjian se dedicó a analizar el terreno a lo lejos, hasta que en 2011 avanzó, inspirado por los relatos de Alexandre Beningsen y Chantal Lemercier-Quelquejay que encontró en el libro “Los musulmanes olvidados”. Esta joya literaria la descubrió por casualidad en la colección del periodista del diario La Nación, Narciso Binayan Carmona. Así, llegó desde Estambul a Dersim donde notó la presencia de armenios escondidos bajo el temor y la conversión forzada al islam.
Hadjian, convencido de que sus compatriotas aún sobrevivían en una tierra devastada, se dispuso a identificar los vestigios de una comunidad cristiana que parecía haber sido eliminada de los mapas tras el Genocidio perpetrado por el Imperio Otomano al comenzar el siglo XX.
“Una de las motivaciones para mi indagación fue la desilusión con la intensa asimilación que sufre la diáspora armenia. Buscaba encontrar una chispa de vida armenia en territorios considerados nuestros, un resquicio de esperanza en una tierra donde casi desaparecimos”, explica Hadjian durante la presentación de su obra “Nación secreta. Los armenios ocultos de Turquía” en la reciente Feria del Libro de Buenos Aires.
Descubrimientos y desafíos
Luego de tres viajes a las regiones más dejando de lado de Turquía -regresó allí en 2013 y 2014-, Hadjian logró cumplir con su meta. Igualmente, debió enfrentarse a diversas dificultades, algunas de máxima tensión. Durante un encuentro con habitantes de Trabizonda, cerca del mar Negro, se encontró con desconfianza. Ni siquiera la estrategia de presentarse como “argentino” le fue de utilidad en ese momento.
“Esperaba que la situación mejorara y habláramos de figuras como Maradona y Messi, pero me retrucaron con comentarios como ‘ah, ustedes son esos malditos que lanzaron bombas nucleares en Hiroshima y Nagasaki’”, narra Hadjian sobre una interpretación errónea de América.
El peor momento aguardaba a Hadjian en Ardalá: “Un sitio lleno de hostilidad turca antiarmenia, con miembros de los Lobos Grises, donde pensé que no salía con vida”. En esa comunidad montañosa, enfrentó insultos, antes de huir y ser salvado por la llegada inesperada de una patrulla rural.
A lo largo de su camino, Hadjian encontró una diversidad de comunidades minoritarias, desplazadas por la gran presencia turca y kurda, cuyos derechos territoriales se aúnan al conflicto armenio. Su travesía incluyó encuentros con horom, poshás, asirios, árabes, judíos, alevíes, paulicianos, zazas, laz y hamshén.
“Para los armenios convertidos al islam, no siempre hay rituales secretos, sino que a menudo temen admitir su origen por miedo a la presencia ultranacionalista turca”, aclara Hadjian, tres décadas después de iniciar su carrera en diarios como La Prensa y La Nación, y de colaborar con medios como Bloomberg News, EFE, CNN, Wall Street Journal, Le Monde Diplomatique, Los Angeles Times y The Christian Science Monitor.
Desafíos y experiencias emocionales
Las experiencias desafortunadas que Hadjian enfrentó en Turquía le empujaron a replegarse en varias ocasiones. No obstante, en la querida tierra de sus antecesores, los armenios que se atrevían a revelar (al menos en parte) su ascendencia, le brindaron algunas de las vivencias más conmovedoras de sus 57 años.
“En Xigobá, cerca de Hopa, me emocionó escuchar a un anciano de 102 años hablando el dialecto homshentsnag, conservado desde el siglo VIII. Era como escuchar a mi propia familia”, relata Hadjian, guardando este recuerdo con especial aprecio.
Mientras exploraba Dikranaguerd, Hadjian se encontró con un arquitecto turco casado con una amiga armenia en un entorno mayoritariamente kurdo. Relata: “El hombre, que con admiración hacia los armenios reconocía el Genocidio, dijo ‘esas fueron obras insertadas por tus antepasados, mientras nosotros luchábamos en las fronteras'”.
Hadjian menciona su error en Hadjín, donde las familias armenias, extremadamente discretas, rehusaron recibirlo. Admitió que “algunos son armenios sin saberlo, porque sus antepasados decidieron guardar el secreto para protegerlos”.
Instalado en su tranquilo hogar en Italia, sigue buscando piezas cruciales de su identidad armenia, ya sea en su Madre Patria o en los más lejanos confines de la diáspora armenia. El desenlace final sigue siendo un misterio.
AA
