Mi Primer Encuentro con el Gimnasio
Cuando cuento mi primera experiencia en un gimnasio, a menudo no me creen. Fue cuando tenía alrededor de 20 años, en los últimos días de la dictadura en Argentina. Asistí en Rosario, en la calle Urquiza. Los varones podían ir los lunes, miércoles y viernes, mientras que los días se destinaban a las mujeres los martes y jueves. Era como una especie de segregación que se consideraba normal en ese entonces; una época en la que la gente frecuentaba el gimnasio no para socializar, sino para competir en quién lograba levantar más peso. Algo bastante curioso.
El Arte del Running como Transformación
He regresado al gimnasio en numerosas ocasiones después. Muchas veces de manera fugaz, a menos que estuviera relacionado con el running. Correr me sienta bien, me transforma por momentos; es como un borrón en la mente que me lleva a superar barreras, aunque no sepa exactamente qué barreras. Sin duda, las endorfinas -que en su momento me parecían un mito- existen: después de cierto tiempo moviendo las piernas, mi mente cambia completamente.
La Satisfacción de los Ejercicios de Fuerza
¿Ocurre lo mismo con los entrenamientos de fuerza? Tengo mis dudas. Ahí lo que siento es el orgullo de lograr lo que parecía inalcanzable -en mi nivel no profesional- pero es una satisfacción más calculada, no proviene de un sentimiento profundo. No afecta mi percepción del mundo.
Es evidente que muchos de nosotros, ya adultos, hacemos más ejercicio que en nuestra juventud. Personalmente, ahora voy al gimnasio tres veces por semana con la guía de un entrenador. Muchas veces he reflexionado sobre este cambio y creo que se debe más a un motivo psicológico que físico. A cierta edad, tomamos conciencia de nuestra mortalidad: sabemos que no estaremos aquí eternamente. Esa realidad que antes conocíamos pero no sentíamos. El cuerpo empieza a mostrar signos y cuando el médico dice “Es la edad, no te preocupes”, nos damos cuenta de que necesitamos movernos para no quedar estancados. Si nos sentimos jóvenes de mente y espíritu, ¿cómo aceptamos que hay actividades que no podemos realizar? Aquí es donde el gimnasio tiene un papel importante. Si no logramos el objetivo, al menos lo intentamos, sin remordimientos. La sensación de que el cuerpo ya no puede, aunque la mente y las ilusiones sigan queriendo, debe ser desalentadora. Contra eso, luchamos.