Hace años, cuando mis hijos eran pequeños, solía tener un temor recurrente: la posibilidad de fallecer y que ellos, según la edad que tuviesen, no guardaran memoria de mí o crecieran sintiéndose solos. Ahora que son adolescentes, y uno de ellos casi ha cruzado esa etapa, siento un poco más de serenidad. Aunque la idea de morir no deja de inquietarme, me alivia saber que he procurado ser un padre atento, presente y dispuesto a escuchar. Antes, cada vez que salía de viaje, solía dejarles cartas como una especie de testimonio, pensando que un evento trágico podría venir de un avión cayendo del cielo más que de un autobús atropellándome al cruzar la calle.
La inevitabilidad del adiós
Curiosamente, incluso antes de tener hijos, siempre tuve la convicción de que algún día los tendría. Para mí, ellos no son equiparables a otras experiencias como la libertad o el éxito profesional. Los hijos simbolizan para mí una continuación, un legado que dejar al mundo, aunque entiendo perfectamente que ellos se desarrollan con libre albedrío y personalidades propias, que no siempre coinciden con las de sus padres.
Adoptando la sabiduría sueca
Últimamente, me he sentido atraído por una tradición sueca que descubrí: döstädning. En sueco, dö significa muerte y städning limpieza. Esta práctica consiste en mantener solo aquellas pertenencias que realmente tienen sentido o utilidad a medida que uno envejece. Lo demás se regala, dona o deshecha. Este concepto no solo evita que nos amontonemos de cosas innecesarias, sino que también actúa como un alivio para quienes quedan después de nosotros, pues no tendrán que enfrentar la ardua tarea de revisar nuestras pertenencias. Es bastante trabajo lidiar con la pérdida como para añadirle cargas adicionales. Incluso en cuanto a secretos: es mejor expresarlos en vida o guardarlos para siempre.
El arte de ordenar nuestra vida
Aunque no soy la persona más organizada, cada año hago el esfuerzo de deshacerme de cosas que no aportan. Siento una gran satisfacción al hacerlo, aunque aún me queda bastante. Espero que la vida me brinde tiempo para disfrutar y, por supuesto, para poner todo en orden.
Reflexiones finales
Nuestra relación con el adiós es compleja y supone prepararse en distintos niveles. Desde las palabras que dejamos a nuestros seres queridos hasta el legado material y emocional que proporcionamos, saber despedirse es, sin duda, un arte que debemos cultivar con cuidado y atención a lo largo de nuestra vida.