Un Legado Familiar en María Franco Gourmet
“Todo lo que realizo en este local es en su memoria”, dice con emoción contenida María Giselle Franco (42), quien aún habla con suavidad al mencionar a su “ángel”, en un intento por no quebrarse. Rememora sus inicios y las razones que las llevaron a adentrarse en el negocio de alimentos, hoy conocido como María Franco Gourmet.
El Camino hacia el Éxito en la Repostería
Este establecimiento de repostería consiente a los habitantes de la ciudad con su especialidad, que cobra significancia en estas fechas: los huevos de Pascua. También elaboran diversos productos de panadería, pastelería, comidas saladas, y ofrecen servicios de catering, todos con un toque casero.
Un Negocio que Nació de la Adversidad
“María Franco lleva 25 años de historia y hace 23 que comenzamos a hacer huevos de Pascua. Mi hermana y yo iniciamos el local juntas, y aunque ella partió hace cinco años, siempre digo que somos dos, porque ella representa el alma de este negocio”, comenta Giselle.
La génesis de María Franco surge en el contexto de una crisis familiar: tras el fracaso de su padre en la industria textil, la familia enfrentó la bancarrota. Buscando una solución, María Giselle y su hermana Celeste, con apenas 17 y 18 años, decidieron abrir un pequeño depósito de pan. Recuerdan con humor cómo algunos clientes confundían el lugar con un kiosco y pedían cigarrillos.
“Empezamos con un pequeño despacho, una diminuta parte de lo que es hoy el local. La gente entraba pidiendo cigarrillos, creían que era un kiosco. Inicialmente, comprábamos los productos ya hechos, no producíamos nada. Celebramos nuestro cumpleaños apenas una semana después de abrir el depósito, aunque apenas nos llevamos once meses y medio de diferencia”.
El amor por la cocina de María nació de su abuela Nieves, quien se dedicaba a la repostería. “Desde pequeña sentí pasión por la cocina. Aprendí de repostería a temprana edad. Mi abuela enseñaba decoración de pasteles, y yo era la única que mostró interés en el tema, además adoraba las manualidades. El destino me condujo por este sendero, y lo hago con tanto amor que ya no imagino mi vida sin este trabajo”.
El siguiente año, tras la apertura del local, una joven ofreció venderles huevos de Pascua. Decidieron aceptar y encargaron algunos, lo que resultó ser un éxito. Sin embargo, el gran volumen solicitado por los clientes superó la capacidad de la proveedora, obligando a María a ofrecer disculpas.
“Fue inoportuno. No pude entregar los productos y tuve que pedir perdón a los clientes. Ese año no hice huevos, pero al siguiente me atreví. Aunque nunca había trabajado con chocolate derretido, le dije a mi hermana, mi aliada: ‘Me atrevo a hacerlos, ¿qué tan complicado puede ser?’. Fuimos a Once, adquirimos dos moldes y dos kilos de chocolate, y comenzamos la producción”.
Contaron con la ayuda de un cliente que distribuía productos a kioscos. Él las conectó con sus contactos, lo que les permitió comenzar a vender. “Nunca olvidaré: asistía a la escuela de cocina cuando mi hermana me llamó emocionada, diciendo que teníamos un pedido de 50 huevos de Pascua. Inmediatamente, descendí del colectivo, crucé la calle y regresé al local a trabajar. ¡Y sólo teníamos dos moldes! Me sentía afortunada”, recuerda.
Con el tiempo, el negocio fue expandiéndose. María cuenta que todas las personas cercanas aportaron su granito de arena para que el sueño se materializara. “Quienes no podían colaborar de manera directa nos prestaron dinero. Todos contribuyeron para que el negocio prosperara. Nuestros padres siempre nos apoyaron, al igual que el resto de la familia. No nos regalaron nada”, enfatiza.
Bajo el techo ubicado en Av. Boedo 2063, el negocio se amplió construyendo un segundo piso dedicado exclusivamente a la confección de huevos de Pascua.
“Pensamos en todos los aspectos: la temperatura, la humedad… Construimos una planta de producción en la parte superior del local y operamos con aire acondicionado todo el año, incluso en invierno. Aunque afuera la temperatura sea de 5 grados, adentro está todo en pleno funcionamiento. En este sector, el clima es un factor crucial. Cuando la Pascua se celebra a finales de abril, es favorable; si ocurre en marzo, no tanto. Hubo un año que incluso con cuatro aires encendidos no conseguimos evitar pérdidas”.
María afirma que el proceso de elaboración se extiende durante todo el año: desde la adquisición de ingredientes, contacto con proveedores, elaboración, hasta la gestión de pedidos, que inicia en febrero.
“Dos meses antes comenzamos a recibir órdenes, pero el proceso empieza desde agosto del año anterior. Ahorramos para comprar el chocolate y luego nos enfocamos en los detalles como el empaque. Todo el año es como si fuera Pascua para nosotros”, añade.
Este año, presentan una novedad: un huevo que incluye un pequeño recipiente para mojar, con dulce de Oreo o pistacho, que viene en su interior. Al romper el huevo, se puede untar el dip con la cáscara misma.
“Hay clientes que comenzaron a comprar hace un mes. Algunos vienen diariamente para adquirir varios y tener una reserva. Otros esperan hasta dos días antes y les digo: ‘Hace 20 años que nos conocemos, ¡vení con anticipación!’ Adaptamos los precios para que se ajusten a todos los bolsillos”.
Entre risas, recordó un momento en el que un reportero de C5N rompió accidentalmente un huevo de 14 kilos en vivo, convirtiéndose en el blooper de la Pascua: “No me disgusté, me pareció un alivio. Agradezco ese momento. Gracias a los medios, muchos conocieron lo que hago. Incluso vecinos de la zona se aproximaron tras ver la nota”.
“La chocolatería es mi gran pasión”, afirma. A veces no puede creer el reconocimiento que recibe. Un cliente suyo, al buscar en ChatGPT información sobre huevos de Pascua, encontró su nombre como la primera referencia. “María Giselle, una genia”, le comentó.
En su catálogo hay desde huevos de $1,700 hasta el más grande de la Ciudad, que pesa 25 kilos y tiene un precio de alrededor de $650,000. María Giselle incluso fabrica uno más grande: un huevo de 50 kilos de chocolate, que cuesta un millón de pesos. Lo llena con figuras de chocolate, peluches y dulces; estas Pascuas, cuenta, tuvo seis pedidos de esos huevos extra gigantes. Aunque admite que los más populares son los huevos pequeños, perfectos para búsquedas: “Se venden rápidamente porque la gente compra muchos juntos”.
“Cada cosa que hago es en homenaje a ella. Este negocio era para nosotras como un hijo, nuestro hijo mayor y el más exigente”, recuerda. Celeste fue diagnosticada con cáncer y falleció el 29 de agosto de 2020. Juntas organizaban talleres para niños, quienes decoraban sus propios huevos de Pascua. Tras su partida, María sintió que no podría seguir, pero la memoria de su hermana la incentivó a continuar.
Además de sus huevos, María fue reconocida en diciembre de 2024 como campeona en la Copa Argentina del Pan Dulce con su receta de pistacho, que incluye un relleno y cobertura con una salsa del mismo sabor.
“Ese premio fue dedicación absoluta a ella. Celeste no cocinaba, era licenciada en administración y contadora pública, pero era mi mayor admiradora. Si alguien tenía que hablar bien de mí, era ella”, rememora su hermana.
Año tras año, María Giselle sigue aprendiendo y renovándose. Para ella, la Pascua posee un significado especial: “Me emociona y me llena de felicidad saber que, cada año, formo parte de las mesas de muchas familias. Que mi producto acompañe esos momentos es invaluable. Les digo: no se rindan, no bajen los brazos. Los tiempos difíciles siempre estarán presentes, pero siempre hay salida”.
