Cuando era una niña, sufría de miopía y otras graves alergias oculares que me hacían despertar con los párpados totalmente cerrados. Usaba compresas para lograr abrirlos y poder ver el entorno. Este era solo el comienzo de un largo y molesto día. Si era primavera, si había gatos cerca o polvo en el aire, mis ojos se inflamaban y adquirían el color de un tomate, pero no uno de esos bonitos y redondos, sino como un tomate aplastado y arrugado, listo para prepararse en salsa picante.
Los desafíos de las alergias oculares
Sentía mucha irritación y era imposible dejar de frotar mis ojos. Consulté con alergistas que me recomendaron vacunas, oftalmólogos que me prescribieron gotas, y homeópatas que sugirieron remedios naturales. Sin embargo, ningún tratamiento parecía darme un alivio duradero. Pasaba horas en penumbra, recostada con pañuelos húmedos de té de manzanilla sobre mis ojos, buscando algo de alivio.
En los momentos de cansancio en mi habitación, me mudaba a la de mis padres, que contaba con una televisión y una videocasetera. Su colección de películas del mejor videoclub del barrio, Candilejas, era mi refugio. Mientras mis amigos corrían a los kioscos al salir de la escuela, yo prefería alquilar películas. Así, me adentraba en un mundo que me permitía olvidar mi condición.
Un refugio en las imágenes y letras
Me perdía en historias a través de películas y libros, una actividad que me abstraía de mis problemas oculares. Mi amor por películas y lecturas se intensificaba a medida que me sumergía en universos alternativos, donde mi condición pasaba a segundo plano. Disfrutaba de los libros de aventuras y de lectura rápida, y otros extensos que tomaban días completar, como si fueran amigos que se quedaban de visita. Mi fascinación por este mundo fue creciendo sin cesar.
Aunque ahora, permitir que una niña pasara tanto tiempo frente a una pantalla parecería contradictorio, en aquellos tiempos ignorábamos el daño potencial a la visión. En consecuencia, terminé desarrollando una visión tan reducida que no podía leer subtítulos ni distinguir bien los rostros en la televisión.
La encrucijada del cine y la visión
Cuando terminé la secundaria, decidí que quería estudiar cine. Mi amor por contar historias se sentía como una necesidad natural. Sin embargo, pronto me vi enfrentando los apuntes teóricos de mis estudios demasiado cerca de mi cara, pues las letras parecían desvanecerse. Mi peor miedo era que mi miopía me impidiera realizar mi sueño.
El diagnóstico pronto llegó: tenía queratocono avanzado en ambos ojos y la única solución viable era un trasplante de córnea. Tras abandonar temporalmente la carrera y explorar otras opciones, me negué a aceptar que mi sueño estaba fuera de mi alcance. Cambié de médico, busqué los mejores tratamientos y logré seguir adelante con mis estudios.
Superando los obstáculos
Con mucho esfuerzo, obtuve mi grado en Realización Integral de Cine y Televisión. A pesar de las dificultades, trabajé como guionista y asistí en la edición de documentales. Mi lucha con la visión continuó, pero no me rendí. El uso de lentes se convirtió en una molestia, y aunque múltiples operaciones de córnea complicaron mi vista diaria, mi pasión por las historias me mantuvo en marcha.
Tras cinco cirugías, una nueva perspectiva se abrió ante mis ojos. Descubrí que a pesar de la incertidumbre y las imágenes distorsionadas, lograba adaptarme. Este viaje visual cambió no solo mi visión física, sino también mi capacidad para interpretar y crear imágenes y relatos. Ahora, la variación en mi agudeza visual es una puerta hacia nuevos mundos.
Aunque recuerdo aquel tiempo como un reto tras otro, conté esta historia de una lucha constante contra la visión, encaminándome hacia un tipo de “ver” distinto. No fue una limitación, sino una fuerza que incrementó mi creatividad. Y así, continúo capturando fotografías, filmando y narrando historias que iluminan el camino.
