Con solo un clic, un joven puede saltar de un video que promete “alcanzar el éxito fácilmente” a otro que se burla del feminismo o que glorifica el cuerpo musculoso como símbolo de valor. Las plataformas digitales presentan un extenso abanico sobre “cómo ser masculino”: entre consejos, desafíos, memes y podcasts que constantemente retoman antiguos modelos de autoridad, control y poder.
Sin embargo, este consumo sucede dentro de un contexto amplio. Coexiste con horas dedicadas a videojuegos, música, series, charlas entre amigos o experimentaciones con inteligencia artificial.
La cuestión crucial es cómo asimilan estos mensajes los adolescentes, qué les atrae y cuáles referentes terminan eligiendo.
Redes sociales: terreno de aprendizaje y riesgo
Las plataformas sociales actúan simultáneamente como fuente de formación y como espacio de riesgo. Betiana Cabrera Fasolis, médica y directora del Observatorio Nacional MuMaLa, lo explica de esta forma: “Detectamos un aumento de discursos de odio en redes, liderados por influencers o streamers que comparten contenido antifeminista. No solo arremeten contra la agenda de género, también afectan a grupos históricamente marginados, como la comunidad LGBTIQ+”.
Desde su organización, se implementan talleres, campañas y uso de redes sociales para cambiar estas narrativas. “Buscamos fomentar masculinidades libres: sin prejuicios, sin estereotipos tradicionales, y lejos de la violencia. Los hombres también son afectados por el mandato hegemónico”, explica.
Para Cabrera Fasolis, la clave reside en el trabajo grupal: “El cambio genera resistencias materiales y emocionales. Los talleres son espacios de reflexión colectiva donde los hombres pueden comprender su rol en las relaciones de género y transformarlo activamente”.
También advierte que la admiración hacia figuras mundiales (machistas) de redes como Elon Musk o Andrew Tate no es incidental: su estilo provocador y su promesa de poder económico encapsulan antiguos ideales de éxito masculino que resultan muy atractivos para jóvenes en una búsqueda de identidad.
Reflexiones históricas y diálogos actuales
Sandra Chaher, presidenta de la Asociación Civil Comunicar Igualdad, remarca que la discusión sobre “nuevas masculinidades” no es reciente: “Desde los años 80, influenciados por estudios feministas, los hombres empezaron a revisar sus conductas. El feminismo denunció que las actitudes patriarcales perjudicaban no solo a las mujeres, sino que también alejaban a los hombres de la afectividad y la emoción, imponiéndoles compromisos”.
Este proceso, explica, se entrelaza con tensiones generacionales y políticas: “Las chicas hallaron un rumbo emancipatorio con el feminismo, pero los chicos quedaron sin referentes progresistas que les ofrecieran un futuro equitativo. Ese vacío fue llenado por relatos reaccionarios que promueven modelos de hombres poderosos y económicos exitosos”.
Por ello, destaca: “El diálogo sigue siendo una herramienta crucial. Es fundamental tiempo para conversar con adolescentes, escuchar sus puntos de vista y debatir sobre lo que consumen en redes. La crianza no termina en la niñez: la adolescencia precisa guía, discusión y cuestionamiento”.
Impactos digitales y medidas de precaución
En el ámbito digital se reflejan las desigualdades. Ezequiel Passeron, vocero de Faro Digital, manifiesta que “las desigualdades se reproducen en los universos digitales. Las jóvenes están más expuestas a violencia digital y acoso; los jóvenes, a apuestas, pornografía y contenidos de naturaleza violenta.”
Según UNICEF, la brecha es notable: el 61% de los chicos ha visto imágenes sexuales, en comparación con el 33% de las chicas. Además, ellos reciben con mayor frecuencia imágenes ofensivas o violentas.
Este sesgo, señala Passeron, perpetúa guiones tradicionales sobre la masculinidad: “En apuestas o discursos de ‘ponzibros’ se reviven expectativas de rendimiento y éxito. En nuestros talleres, muchos chicos se sienten confundidos por lo que se espera de ellos, influenciados por figuras como Andrew Tate o Llados Fitness, que asocian hombría con cuerpo y capital.”
Su propuesta se centra en un cambio pedagógico: “Nos interesa hablar de cuidados más que de seguridad. Usamos el diálogo, la escucha y protocolos colectivos en escuelas, hospitales y organizaciones. Es esencial que las instituciones y familias respalden a los jóvenes, estableciendo acuerdos sobre el uso de las plataformas y fomentando espacios de conversación para asimilar daños”.
Passeron recalca que acompañar no es solo una cuestión de controlar o prohibir: “Se trata de generar confianza, comprender qué observan y sienten los jóvenes y brindarles herramientas para expresar sus emociones”.
Convulsiones masculinas: incertidumbre y enfado
Un equipo del Conicet, con Santiago Morcillo, Estefanía Martynowskyj y Matías de Stéfano Barbero, examina los malestares profundos detrás de las búsquedas en línea.
“Hay una gran precarización material, con dificultades para encontrar trabajos estables. Esto impide cumplir mandatos de ser padres, proveedores o protectores. Además, a nivel simbólico, existe incertidumbre sobre qué implica ser hombre hoy en día”, declaran.
Este contexto, añaden, permite a influencers convertir variados malestares en una sola emoción concreta: “enojo contra un enemigo vago: feministas, progresistas, ambientalistas”.
En este entorno, la victimización masculina prospera. “Hubo un movimiento en tenaza: la cuarta ola feminista desafió a los hombres, mientras las políticas de género se centraron en mujeres y diversidades. Ellos quedaron definidos solo como perpetradores y privilegiados”, explican.
En este vacío, los influencers rescataron quejas y ofrecieron una ilusión de restauración del honor perdido. El enfoque comunicativo también influye: “Los malos modales y la teatralidad agresiva son atractivos para los chicos, porque transforman inseguridad o vergüenza en reacción”. Además, “esa actuación hipermasculina se muestra como una revuelta ante lo políticamente correcto”.
Ante esto, los investigadores apuestan por ampliar los espacios de diálogo auténtico. “Los hombres que se acercan al feminismo suelen ser ridiculizados y, frecuentemente, quedan en un limbo: rechazados por ambos mundos”.
Recuperar experiencias del feminismo puede ofrecer espacios colectivos donde los hombres examinen sus formas de ser masculino de modo crítico y al margen de los binarismos de privilegio versus precariedad.
Obligaciones invisibilizadas y aprendizajes colaborativos
La organización Chicos.net advierte que los jóvenes varones también enfrentan presiones invisibles.
Una de las más comunes es la física: influencers comparten sus transformaciones como muestra de disciplina y esfuerzo, reforzando la noción de que la apariencia determina el valor personal.
Simultáneamente, se promueve la figura del varón proveedor, en diálogo con las “tradwives” –mujeres que reivindican roles tradicionales en el hogar–, consolidando las desigualdades de género.
Para contrarrestar estos mensajes, Chicos.net impulsa campañas como “Sé la mejor influencia”, con el fin de que los adultos entiendan mejor lo que jóvenes consumen en internet y los apoyen adecuadamente.
Otra propuesta, “Mitos en juego”, fue diseñada por 30 adolescentes de ocho países. Como parte de este proceso se creó el podcast “Masculinidades: ¿cómo romper con los mandatos?”, que aborda vínculos, estereotipos y masculinidades desde una perspectiva juvenil.
La respuesta fue muy buena: los jóvenes agradecieron poder conversar respecto a temas que no se abordan ni en la escuela ni en casa.
La ilusión del éxito en el entorno digital
Esa promesa de prosperidad y riquezas se manifiesta en múltiples formas. Ezequiel Gatto, doctor en Ciencias Sociales e investigador de Conicet, encuentra un nexo histórico: “En la época colonial, la minería en Potosí o México requería mucho trabajo y sufrimiento para obtener dinero metálico. Hoy, la minería de bitcoins refleja esta misma lógica.”
Llama la atención de que la ficción de abundancia nunca estuvo desvinculada del esfuerzo: “No se trata de una riqueza fácil, sino conseguida con mucho trabajo. Los ‘cripto bros’ no celebran el ocio; hay toda una cultura de inversión, austeridad y ascetismo que se relaciona con ese tipo de riqueza.”
Gatto identifica dos perfiles: “Los primeros trabajan intensamente, aunque de manera especulativa y digital. Los segundos son engañadores: apelan al misterio, al conocimiento que supuestamente solo ellos tienen, y que prometen revelar para hacerte ganar dinero.”
Ese “misterio”, advierte, actúa como un atractivo poderoso y a menudo se traduce en mensajes de culpabilización: “Te dicen que eres ingenuo porque trabajas mucho y ganas poco, no porque trabajes poco, sino porque ignoras algo.”
Para Gatto, el magnetismo de estas historias se conecta con un clásico patrón masculino: esfuerzo, resistencia y demostración de valor. Pero también, con una sociedad delineada por la deuda: “Hoy la gente piensa mucho en el futuro, aunque de la forma más letal: a partir de las deudas. La única manera de imaginar lo que viene es preguntarse cómo pagar lo que debo”.
Por eso, sugiere “construir redes e infraestructuras colectivas que permitan otras economías y formas de proyectar la vida.”
Retos juveniles y desafíos del adultocentrismo
Daniel Jones, doctor en Ciencias Sociales e investigador de Conicet, aporta otra perspectiva: “Los adultos creen que comprenden la adolescencia porque también la vivieron. Pero actualmente los códigos digitales son específicos. Frases como ‘yo también fui adolescente’ resultan huecas si no se capta la experiencia actual.”
Jones advierte que “no hay mucha investigación en Argentina sobre sociabilidad adolescente y masculinidad en redes sociales” y reconoce un “vacío de conocimiento sociológico riguroso en torno a los varones adolescentes.”
Critica la visión adultocéntrica: “Hasta que no se haga investigación empírica sobre qué creen o qué hacen los jóvenes, es el mundo adulto lanzando hipótesis al aire.”
El sociólogo también examina cómo han cambiado los ideales. Si antes el objetivo era avanzar o construir una carrera, hoy la presión se alinea con conseguir dinero rápidamente, emprender o ganar de inmediato. “Esa presión provoca tensiones incluso en familias que aún valoran la educación universitaria”, comenta.
Jones sugiere observar los cambios sin prejuicios: hay jóvenes que no están cómodos con la obligación de demostrar deseo o fortaleza constantemente, y eso también forma parte de las nuevas masculinidades.
Del diagnóstico a las propuestas
Las perspectivas académicas, médicas, pedagógicas y comunicacionales coinciden en que la disputa por lo masculino en la era digital no es un asunto menor: está en juego parte del futuro.
Talleres presenciales, narrativas alternativas que promuevan la vulnerabilidad y el cuidado, protocolos para un acompañamiento digital y una comunicación adulta dedicada a los adolescentes son algunas de las respuestas que ya se están implementando en Argentina.
El reto es conseguir que estas experiencias no queden aisladas, sino que se conecten con los malestares juveniles, para ganar espacio a los discursos que ofrecen soluciones rápidas y peligrosas.
