A menudo, mi madre mencionaba a una ancestro legendaria de quien se sabía muy poco en nuestra familia. Era como un misterio del cual nadie realmente recordaba donde fue revelado. Mi mamá no tiene apenas recuerdos de sus años infantiles, y mi abuela, con una reticencia total, guardaba silencio cuando se mencionaba su nombre. Para mí, representaba una figura distante, imposible de convertir en una imagen o historia, ya que cada pregunta quedaba sin respuesta. Ese susurro era mi tatarabuela indígena, así era como se la mencionaba, india, como Cristóbal Colón se refirió a los pueblos originarios al creer que había llegado a la India.
El Revelador Año 2018
Pero en 2018, se produjo un evento que transformaría todo. Aquello que había estado oculto se convirtió en una certeza. Mi mamá nos envió un artículo del periódico Tapalqué Digital, compartido por un pariente lejano, Julio César Carestía, titulado en letras destacadas: “Basilia, la heroína de las pampas”. Sí, Basilia, mi tatarabuela. El artículo contenía fragmentos de su infancia; una fotografía etérea donde ella se ve sentada con un abrigo oscuro, piel morena y una cinta sujetando su corto y canoso cabello; a su lado, su esposo, un italiano de piel muy clara. El yin y yang, opuestos en armonía. Una imagen inmóvil de su adultez, y un texto que nos deja imaginarnos su niñez en circunstancias angustiosas. La poderosa transformación de lo ausente en presencia se logra con una imagen y un relato entrelazados.
El Legado de Basilia
La nota revela que había nacido en 1847, cerca del fortín de Tapalqué, siendo hija de querandíes y pehuenches, antiguos Pampas de la etnia Het. Sus padres fueron asesinados por los unitarios en una de tantas campañas militares que empujaron a los pueblos originarios al límite de la extinción; tenía cinco años cuando quedó huérfana y fue capturada como sirvienta; mutilaron sus talones para que no pudiera huir. En su adolescencia, se casó con un cuidador de caballos italiano con quien tuvo dos hijas y tres hijos, y así inició un árbol genealógico que, aunque sus raíces parecen marchitas, sus ramas aún florecen con nuevos brotes.
Un Viaje en el Tiempo y la Conexión Personal
Lo que mi madre sabía sobre Basilia era que falleció a los 108 años, en Avellaneda, provincia de Buenos Aires, en su hogar, y que la recuerda sentada con un poncho en un taburete de madera. Dice que cuando piensa en Basilia, puede sentir en sus dedos la piel de esa mujer. Es una imagen táctil que le llega desde su infancia, cuando jugaba a deshojar la piel de sus manos delgadas y arrugadas. Mi abuela, a pesar de las preguntas de mamá, no hablaba de Basilia. Mi madre relató que la hija de Basilia, mi bisabuela, curaba el empacho, el ojeado, o la pata de cabra; no cobraba, pero recibía regalos porque sanaba a la gente; mi abuela la regañaba con el argumento de que podrían arrestarla. Esas mismas prácticas pasaron a mi madre y a mi tía, omitiéndola. Hoy, mi madre no solo cura el empacho, sino que también usa tinturas madres con hierbas naturales para el estrés y los dolores de estómago.
La publicación del periódico permitió que su imagen se hiciera tangible, el pasado se resignificara, y pudiera reconstruir su figura desde el presente. Aparece, ya no solo como india —con la carga negativa de inferioridad o barbarie— sino como parte de un pueblo originario, los pampas, con su particular manera de estar en el mundo.
María, la mujer que está rodeada de sus nietos, es una de las hijas de Basilia. La niña que toca su hombro es la madre de Mauro Ignatti.
Una fascinación me invade al saber que Basilia fue contemporánea de numerosos eventos históricos que estudié en la escuela: la batalla de Caseros, la sanción de nuestra Constitución, las guerras mundiales, entre otros. Me sorprende que naciera en una época sin caminos pavimentados y muriera en una casa con veredas y calles asfaltadas, cerca de vías férreas y pistas de aviones; que haya venido al mundo junto a una hoguera y muerto cerca de una estufa en una vivienda alquilada, donde la electricidad corría por interminables cables.
El descubrimiento de Basilia nos afectó profundamente. Comenzamos a investigar en internet. Nos encontramos con una entrada escrita un año antes por Walter Minor en el blog Ojo de Halcón, no solo con el comentario de Julio César Carestía, sino también con algo de contexto histórico. Mi mamá contactó a familiares de Tapalqué y a partir de allí se realizaron varios viajes; se visitó el registro civil de esa ciudad y luego el de Las Flores. Otra parada fue la iglesia, dado que en esa época era el clero el que registraba a los recién nacidos. La respuesta fue negativa. No había ningún registro de Basilia, solo una copia de la partida de nacimiento de Camilo, uno de sus hijos.
Un descubrimiento familiar de tal magnitud no se detiene ante tantos obstáculos, impulsa a seguir investigando, hay algo dentro que te impulsa a encontrarlo. Aunque la información era escasa, decidí conocer su mundo. Me propuse acercarme a esa lejana Basilia para darle vida a través de vivencias imaginadas, completando los vacíos en un arquetipo que englobara las características de los pampas.
¿Cómo era el territorio en el que nació en esa época? Leí un cuaderno antigüo que mi madre trajo del museo histórico en uno de sus viajes; hablaba de su descubrimiento, de los fortines, de la política de “indios amigos” implementada por Rosas, y otros temas. Investigué sobre la flora y fauna de entonces y pude visualizar los ombúes sobresaliendo en las llanuras, los juncos y las totoras ondeando como lanzas en el río; el puma y los ñandúes, y el ganado cimarrón pastando. Quería tener en mis ojos todo aquello que ella vio y pisó.
Intenté imaginar lo que vio el día que sus padres fueron asesinados, aquellos nómadas, cazadores que empezaban a cultivar la tierra. Las retinas de Basilia impregnadas con los colores de los uniformes azules de las milicias unitarias y sus bandas blancas cruzadas, sus caballos y fusiles. ¿A quién habrán invocado sus padres en ese momento límite? A Chachao, el viejo dios con rostro infantil, quien con su martillo creó pasto, ríos y árboles; ¿y a quién temían? A Gualichú, el hermano de Chachao, que quiso imitarlos creando hombres de barro a los que dio vida. En cólera, Chachao rompió el camino al cielo y desterró a Gualichú a la Pampa hasta el fin de los tiempos, sellando el concepto del bien y el mal.
Esta historia también ilumina la vida comunitaria de los pampas. Decían que durante las tormentas, Gualichú se enfurecía en el sonido del trueno y perseguía a los indios solitarios por los caminos, empujándolos a moverse en grupos. La toldería, como espacio común, se convertía en protección, creyendo que en unidad, el mal no podría vencerles. La comunidad era el núcleo de sus relaciones y el arquetipo de los pampas seguido armándose en un delicado equilibrio de incertidumbres.
Hay muchas cosas que jamás sabré, a pesar de buscarlas; pero tengo claro que el título de “la heroína de las Pampas” le queda perfecto a esa valerosa mujer. Una mujer que sobrevivió a una era violenta donde los “otros” eran eliminados y desarraigados, en un tiempo donde se deseaba poblar con inmigrantes europeos; un periodo dominado por ideas positivistas que buscaban justificar la presunta inferioridad de los pueblos originarios por sus características físicas. Este estigma negativo de tal colectivo comenzó en el siglo XIX y perduró, constante, hasta el fin de la última dictadura militar.
Cuestionando los vacíos entre la generación de mi abuela y el 2018 aparece la respuesta: se ha iniciado un proceso de revalorización de los pueblos originarios, acumulativo, iniciado con la democracia, reforzado con la reforma constitucional de 1994 y el reconocimiento étnico de estos pueblos. A esto se une el cuestionamiento público del 12 de octubre y su renombramiento como “Día de la Diversidad Cultural”. Las historias silenciadas de esos pueblos emergen, se escuchan, y aquellos que ya no están resurgen en estas narraciones rescatadas.
¿Qué me ha suscitado esta historia sobre Basilia? ¿Qué fue lo que me movió? Si realizara un ejercicio simplista, podría afirmar que llevo en mi sangre una pequeña parte de ella, quizás un cinco por ciento, dado que en mi árbol genealógico emergieron luego italianos, vascos-franceses y españoles. Saber que mi sangre también alberga a los que la sometieron me inquieta; el que solo se hablara de ese linaje por años, también. Pero puedo reequilibrar esas fuerzas, ellos ya tuvieron su tiempo y lugar. Anhelo reivindicar a Basilia tras años de silencio familiar; necesito visibilizarla en mi historia, que sea un pilar para mi proyección, y que honre ese pequeño porcentaje que de ella fluye en mis venas.
