Cuando Juan Leiva, quien residía en las calles, decidió ir a la guardia del Hospital Central de Mendoza, lo hizo con una condición inquebrantable: su fiel compañero, el perro Sultán, debía acompañarlo. Aunque agonizaba, no aceptaría dejar atrás a su leal amigo.
La travesía comenzó en el asiento trasero del coche de una vecina, con Juan y Sultán juntos. Su modesto equipaje, que incluía un bolso marrón algo roto, goma espuma usada como colchón y algunas mantas, ocupaba el baúl.
Las bondadosas María del Carmen Navarro, quien trabaja en un instituto dermatológico, y María del Valle, una voluntaria dedicada a rescatar perros accidentados, unieron esfuerzos para auxiliarlo. Convencieron a Juan de la necesidad de internarse debido a su dificultosa respiración, ya que su estado físico era crítico.
La preocupación por Sultán
La incertidumbre de quién cuidaría a Sultán era lo que inquietaba a Juan. María del Carmen, con determinación, le prometió acoger al animal en su hogar mientras durara la hospitalización de su dueño.
En el hospital, enfrentaron dificultades para acceder directamente con el coche. Sin embargo, María del Carmen pudo llevar a Juan al consultorio.
Sultán, desde la ventanilla del coche, miraba a su dueño con tristeza. “Aullaba y lloriqueaba, no quería separarse”, compartió la rescatista emocionada.
Horas antes, la insistencia vecinal había logrado que una ambulancia estatal acudiera para socorrer a Juan. Sin embargo, no lo trasladaron en la ambulancia, arguyendo protocolos que requerían que llegara por sus propios medios al hospital.
Los momentos finales de Juan
Sin identificación oficial, Juan enfrentaba la posibilidad de que no lo atendieran. María del Carmen entabló conversación con la recepcionista del hospital, explicando su situación y logrando que, conmovidos, lo registraran para ser evaluado por un médico.
Juan Carlos Leiva, de 51 años, llevaba más de siete años sin hogar, vagando por los alrededores de Plaza Independencia y Plaza Italia, en Mendoza. Hablaba poco sobre su pasado, pero se supo que había llegado de Córdoba y que también tenía un hijo en situación similar.
Algunos vecinos lo denunciaban, aunque la mayoría lo recordaba como un hombre amable y reservado. Su apariencia se caracterizaba por una barba blanca espesa y una complexión robusta.
La relación entre Juan y Sultán era de un amor indivisible, compartiendo días enteros apenas separados por unos centímetros. Por las noches, permanecían acurrucados.
Una vez más, con la asistencia de una ambulancia, María del Carmen debió consolar a Sultán, asegurándole que nada malo le ocurría a su querido dueño.
Tras decidir ingresar al hospital para tratar sus múltiples problemas de salud, Juan fue hospitalizado en terapia intensiva. María del Carmen le reiteró que cuidaría a Sultán, sosteniéndole la promesa.
Desafortunadamente, dos días luego de ser trasladado, el hospital decidió enviarlo a otra localidad, y Juan falleció el 4 de junio sin recibir visitas familiares.
El legado de una amistad
El cuerpo de Juan aún descansa en la morgue, a la espera de identificación policial para permitir su sepultura. Los amigos y vecinos que le brindaron auxilio esperan poder recordarlo adecuadamente con flores o esparciendo sus cenizas en un lugar significativo.
Con la ayuda de grupos dedicados a rescatar animales callejeros, se buscó un nuevo hogar para Sultán. El noble deseo de María del Carmen rindió frutos cuando una familia cercana se ofreció a adoptarlo.
La hija de quienes regentean un pequeño comercio cercano, amigos de Juan y Sultán, lo acogieron en su hogar con cariño.
Aunque la familia prefiere el anonimato, compartieron imágenes de Sultán contento en su nueva vida. Corre y juega con alegría, una señal de que ha encontrado paz y afecto.
