“Las cosas más difíciles ya quedaron atrás, ahora estoy agotado, pero intento seguir adelante desde donde me quede algo de energía. Es complicado, pero lo que me da aliento es pensar que lo más duro ya pasó. Estoy a mitad de camino, aún falta recorrer la otra parte”.
Liam Portillo, de 28 años, describe lo que le queda de su condena. Fue sentenciado a siete años por tráfico de cocaína en Etiopía y lleva 32 meses en la prisión de Kaliti, una cárcel de máxima seguridad conocida como “Gulag”, situada a 11 kilómetros de la capital, Addis Abeba.
Él afirma ser inocente y alega que lo engañaron. “Me usaron para transportar droga sin que lo supiera; me entregaron un maletín con una combinación que yo no conocía”, rememora sobre aquel terrible día en abril de 2023 cuando iba a viajar desde el aeropuerto de Etiopía hacia Malasia.
Un joven con sueños truncados
Hasta 2022, Liam llevaba una vida común, con metas y un noviazgo con futuro. Residente de Ciudad Evita, La Matanza, trabajaba como profesor y asistía a niños en situación de pobreza. “Todo se desmoronó de repente, como un castillo de naipes”. Liam aspiraba a crecer, tener su propio hogar y darse ciertos gustos, por eso decidió responder a un atractivo anuncio laboral que vio en Facebook.
El anuncio pertenecía a una empresa que se llamaba Global Finanzas, dirigida por Juan Daniel Paolino y Gerladine Gessy Samaniego, quienes se presentaron con identidades falsas: “Se busca chofer administrativo para trasladar correspondencia confidencial”.
Liam, al igual que muchos, se postuló, aceptó las condiciones y no percibió ninguna irregularidad, a pesar de que su entorno sospechaba debido a tanta flexibilidad y la falta de requisitos estrictos. “Acepté, lo vi como una oportunidad, jamás imaginé que estaba transportando droga; me usaron como mensajero humano”.
Portillo no miente. Recientemente, el Tribunal Oral Federal N° 4 de San Martín condenó a Paolino a seis años tras un juicio abreviado. Fue considerado culpable de organizar y financiar actividades delictivas relacionadas al tráfico de drogas, mediante la captación de personas para que actúen como “mulas” o “mensajeros”. Paolino está en la penitenciaría de Ezeiza. Respecto a Samaniego, su juicio fue suspendido por tres meses debido a problemas de salud mental comprobados.
Adaptación en situaciones extremas
Desde el inicio, el “dolor y la rabia” lo cegaban, pero ahora admite que ha aprendido a hacerse responsable de sus decisiones. “Permití que me engañaran, confié demasiado en esa empresa, aunque estaba seguro de que cuando salí de casa, volvería en dos semanas. Jamás habría imaginado que era una organización de tráfico de drogas y trata de personas. Más allá de la culpa que siento por mí mismo, pesa más lo que hice pasar a mi familia, que arrastré conmigo sin querer”.
No quiere mirar hacia atrás; se siente exhausto. Dice que vivir al día es suficiente sin tener que recordar los “años más duros” de su vida. “No tengo teléfono, es muy difícil conseguir uno, y a veces algún recluso me lo presta por media hora. Por eso puedo responder”, explica vía Instagram. “Durante mucho tiempo tuve pensamientos oscuros y me costaba aceptar lo que estaba sucediendo. Pero tras casi tres años, decidí enfocarme en lo positivo, aunque haya más experiencias negativas”.
Estar a 11,200 kilómetros de Buenos Aires, en un penal de máxima seguridad, le hizo darse cuenta de que no servía para nada llorar, deprimirse y proclamar su inocencia. “Hubo un momento en que decidí cambiar mi enfoque y buscar aspectos positivos: estudiar, aprender idiomas, practicar deportes y mantenerme en forma para aliviar el estrés diario”.
Tras enfrentar muchas adversidades en poco tiempo, se dio cuenta de que se estaba volviendo más fuerte. “Tener una rutina y conocer mejor cada día me ayudó a mantenerme centrado… Estoy solo, sin mi familia ni amigos… No tuve más opción que endurecerme. Me fui conociendo a mí mismo mejor y al sanar, mi familia me escucha más. Tiene que haber algo positivo en este infierno. ¿Qué es? La posibilidad de pensar en el futuro. Quiero ser profesor de inglés, estudiar Derecho”.
Planes a futuro y lecciones aprendidas
Admite que su mayor lucha es contra él mismo. “La culpa me devora, a veces no puedo creer que haya sido tan ingenuo, pero me consuelo pensando que no sabía nada”. En otras ocasiones, tiene que enfrentarse a las condiciones “extremadamente precarias” del lugar. “¿Cuántas veces me he enfermado por el agua de las canillas? No hay alternativa. Miro a mi alrededor y veo que europeos, rusos, árabes y chinos pasan por lo mismo. Nadie tiene privilegios”.
A pesar de lo precario que es todo, “celebra el haber conseguido una cama después de casi tres años. Es mi cama, ¿sabes lo importante que es eso? Es una cama normal en un pabellón que comparto con 20 internos. Son diez literas y tengo una. Es un logro enorme”, declara con algo de felicidad.
Subraya que la alimentación es “lo más difícil de todo”. Las porciones son pequeñas, insuficientes y siempre lo mismo: arroz blanco tanto en el almuerzo como en la cena. Llevo tres años comiendo arroz. Por la mañana, solo hay té con un pan duro. Si quieres alguna verdura, necesitas apoyo económico, pero ganar dinero haciendo algún pequeño trabajo en la cárcel es imposible.
Respecto a los guardias, comenta que ha aprendido a manejar la situación. “A los extranjeros suelen tratarnos un poco mejor que a los etíopes, pero si te salen una, te tratan sin piedad”.
Liam relata que sorprendentemente descubrió su capacidad de adaptación. “No esperaba ser tan, cómo decirlo, ¿fuerte? No pensaba que podría adaptarme a la hostilidad del lugar, al entorno y a las diferentes personas. En estos tres años he visto gente que terminó peor de lo que llegó. Algunos murieron y otros perdieron la cordura. En cambio, yo resistí, no me imaginaba tan fuerte y me reconcilié conmigo mismo al ver todo lo que pude soportar. La fuerza interior es lo que me mantiene vivo”.
Si full completa su condena, Liam saldrá en 2030, pero si sigue con buen comportamiento, podría dejar la prisión a finales de 2027. “Noches sin dormir son muchas, pensando en mi futuro y en cómo transformar lo malo que me pasó en algo positivo. Ahí es cuando me convenzo de que quiero y debo formarme para estar preparado”.
“Aquí he aprendido mucho, las necesidades que he pasado jamás pensé que las viviría. Y aprendí a valorar lo poco que se tiene. No tiene precio. Veo mucho hambre y me cuentan que en la desnutrición infantil aumenta. Por eso sueño con crear comedores, fundaciones o lugares que ofrezcan asistencia y contención. Sé que si me preparo adecuadamente, muchas oportunidades se me pueden presentar”, expresa entusiasmado.
MG
