El sorprendente relato del argentino que organizó el hurto de La Mona Lisa

El Ingenioso Plan en el Museo del Louvre

El operativo calculado que impactó la mañana de un domingo memorable, donde cuatro ladrones, con sus rostros cubiertos, sustrajeron varias piezas de la prestigiosa colección de joyas de la Corona Francesa, evocó otro asalto igual de asombroso. Este anterior se llevó a cabo en París, en el icónico Museo del Louvre, y tuvo como objetivo ni más ni menos que la pintura de La Gioconda.

El Misterio que Conmovió al Mundo

Este robo notable tuvo lugar un martes 22 de agosto de 1911. Durante más de dos años y una centena de días, diversos rumores, fábulas y teorías surgieron respecto al destino de la obra maestra que Leonardo Da Vinci creó entre 1503 y 1519. Jamás se reveló el paradero en el que se mantuvo oculta esta renombrada pintura.

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El Cerebro Detrás del Hurto

No obstante, dos nombres trascendieron en el robo artístico más famoso que París vivió a inicios del siglo XX: Vincenzo Peruggia, un carpintero italiano que trabajaba ocasionalmente en el Louvre, fue quien materializó el delito; sin embargo, detrás de la coordinación del golpe, estaba un argentino auto proclamado marqués, conocido como Eduardo de Valfierno, que nació en Buenos Aires a mediados del siglo XIX.

Desaparece La Gioconda

Los periódicos franceses de entonces proclamaban: “La Gioconda ha desparecido”. Georges Bénédite, el director del Louvre en esa época, expresó perplejo: “No tenemos la mínima idea de quién fue. Cómo salió la obra del lugar es un enigma. Las razones del delito también lo son”. Estas declaraciones resonaron internacionalmente, algo inusitado para una obra de arte.

Poseedor de una vida lujosa, Valfierno, hijo de terratenientes, dilapidó su cuantiosa herencia debido a su gusto por el lujo y las festivas veladas. Mientras sus finanzas se desvanecían, comenzó a dedicarse con seriedad al oficio de estafador, afilando sus habilidades hasta que se dio cuenta de que su buena fortuna podría continuar en París.

Durante su estancia en la capital francesa, sus días se dividían entre fiestas desenfrenadas, hoteles lujosos y noches turbulentas. Conoció a personas de todo tipo, desde políticos, artistas, escritores, mujeres de la alta sociedad, hasta delincuentes y timadores. En este entorno apareció Yves Chaudron, un falsificador de arte que era capaz de recrear pinturas con tal exactitud que incluso los expertos no podrían distinguir copias de originales.

Aquellos que conocieron a Valfierno lo describían como un hombre metódico, con gran capacidad de planificación y notable paciencia. Chaudron tardó poco más de un año en crear seis réplicas exactas de La Mona Lisa. Mientras tanto, Valfierno ya había iniciado negociaciones con millonarios dispuestos a gastar fortunas para tener el famoso retrato en sus hogares. Lo que realmente le interesaba al argentino no era la obra original, sino la magnitud del escándalo que vendría con el robo, para luego poder vender las falsificaciones.

Valfierno empleó su persuasión y convenció a Vincenzo Peruggia, el trabajador temporal del museo, para ejecutar el robo. Planeó el golpe al detalle: el domingo 20 de agosto, el carpintero se escondió en un depósito cerca del Salón Carré, donde estaba la pintura, y pasó allí la noche.

Al día siguiente, lunes, el museo no abrió al público. Vincenzo emergió de su escondite, retiró el cuadro de la pared, lo despojó del vidrio protector y su marco, lo ocultó bajo su delantal de trabajo y salió del lugar como si fuera un empleado más.

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El gran revuelo ocurrió el martes 22, cuando el museo volvió a abrir sus puertas y se descubrió la ausencia de La Gioconda y su enigmática sonrisa. La noticia, tal y como Valfierno predijo, se propagó hasta los lugares más remotos, provocando un asombro global. El rumor del robo, que nunca se resolvió, fue seguido por un periodo de duelo y resignación.

La preciada obra no se encontraba lejos del Louvre; estaba resguardada en la habitación alquilada por Vincenzo, quien continuó su rutina laboral sin poder decidir qué hacer con la obra, oculta en un vetusto baúl. Fue en el otoño de 1913 cuando un anuncio en el periódico, que decía “Anticuario florentino compra objetos de arte a buen precio”, lo tentó. Se contactó con el anticuario, quien al verla, sin dar crédito a sus ojos, notificó a las autoridades.

Nunca más Valfierno tuvo contacto con Peruggia. No lo necesitó, pues se estableció con solvencia en los Estados Unidos, tras vender las seis réplicas creadas por Chaudron.

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Valfierno compartió su historia con Karl Decker, un periodista norteamericano amigo suyo, quien al poco tiempo de la muerte del argentino en 1931, publicó la historia con todos los detalles, incluyendo las fechas y el listado de los seis millonarios defraudados.

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