Atrévete a explorar el planeta

Descubriendo el Valor de Viajar

Conozco a una amiga que experimentó sus primeras vacaciones a los doce años. Proveniente de una familia de clase media, la cautela frente al gasto económico predominaba, siempre pensando en posibles necesidades futuras. Sin embargo, ella comprendió con el paso del tiempo que había más motivos detrás de esta precaución: el miedo a romper con la rutina diaria, la inseguridad de mostrarse en la playa con un cuerpo no perfecto, el temor a salir de la zona de confort. Muchas personas comparten esta mentalidad de preferir lo seguro a lo incierto, llevando una existencia en un constante tono gris.

Enfrentando Nuevas Experiencias

La misma lógica se aplica al cambio de empleo, la tenencia de mascotas y, de manera más significativa, a la decisión de tener hijos. Muchas personas se cuestionan si tienen la capacidad de ser buenos padres, si el mundo actual es adecuado para criar niños, o si esta decisión afectará su carrera profesional. A mi entender, tales preocupaciones son infundadas: si el deseo de tener hijos es genuino, vale la pena dar el paso, ya que la experiencia promete ser enriquecedora. Si no se siente el anhelo, no hay necesidad de buscar justificaciones, nadie está obligado a ser padre.

Lecciones de Bienvenidas y Despedidas

La existencia es un continuo aprendizaje sobre el llegar y el partir. Ojalá fuera diferente, pero es un hecho con el que debemos aprender a convivir. Conozco a otra amiga -caso completamente real- que durante su infancia tuvo un pez dorado. Esta especie no suele vivir mucho, siendo propensa a morir pronto. Pero el de ella parecía desafiar esa norma. Años después descubrió que no era siempre el mismo pez; sus padres lo reemplazaban cada vez que uno fallecía. Aunque intentaron protegerla, esa ilusión podría haberla debilitado: la realidad no acontece dentro de una burbuja perfecta.

Memorias de Compañerismo

De niño, tuve una perra llamada Archibalda. Curiosamente, la única perra que he conocido que parecía sonreír: cuando estaba feliz, abría la boca enseñando sus dientes. Me seguía en mis paseos en bicicleta, como si fuera su misión protegerme o simplemente hacerme compañía. Un día, fue atropellada por un coche. El dolor y la culpa me acompañaron, pero nadie puede arrebatarme los maravillosos momentos compartidos. Así es la vida: disfrutar cada instante hasta que llegue el inevitable adiós.

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