Autonomía en Nuestros Primeros Años
Me fascina que los potros, al poco tiempo de su nacimiento, ya son capaces de ponerse en pie y dar sus primeros pasos. Algo completamente distinto ocurre con nosotros, los humanos, que necesitamos alrededor de un año para alcanzar ese hito. Desde el comienzo, e incluso durante nuestros primeros años, somos extremadamente vulnerables y carecemos completamente de independencia, lo que resalta nuestra necesidad imperiosa de cuidados para sobrevivir.
La Protección y Sus Excesos
A veces, esta dependencia nos lleva a comportamientos exagerados. Cada período tiene su propio enfoque sobre cómo poner a los bebés en sus cunas: boca arriba, boca abajo o de lado. Parece que no respetar estas normas podría traer terribles consecuencias. Lo mismo sucede con todos esos modernos dispositivos que controlan -y nos transmiten sin cables- los sonidos, llantos y latidos de los recién nacidos. Lo más probable es que nunca ocurra nada grave, pero ¿y si ocurre?
El Riesgo en la Maternidad
Hace no tanto tiempo -¿quizás cien o ciento cincuenta años?- la maternidad era una empresa arriesgada: muchas madres y bebés perdían la vida durante el parto. La vida era de esa manera, llena de incertidumbres. Hoy es diferente: tenemos acceso a numerosos estudios, especialistas y avances tecnológicos. Aunque parece inimaginable, este miedo sigue presente y, ocasionalmente, nos golpea de forma devastadora, dejando marcas imborrables.
El Miedo y la Resiliencia ante el Peligro
Sé de muchas personas cuya intuición funciona de manera especial. Si se pronostica un fenómeno meteorológico, piensan en lo peor. Si hace calor extremo, temen una insolación o deshidratación. Lo que interpretan como peligro les infunde miedo y prefieren lo seguro, aunque les reste emoción. Pero hay quienes eligen ver las cosas de una manera optimista: después de la tormenta, siempre llega la calma.
Para seguir adelante, es esencial reconocer que en la vida, se debe aspirar a ser el protagonista, no solo un observador. Los peligros son reales, pero si evitamos vivir experiencias por miedo a lo que pueda ocurrir, nos perdemos parte del camino. Merecemos más que eso, y quienes ya no están, probablemente habrían querido que disfrutáramos cada paso del viaje.
