El inicio de una travesía épica
El 20 de septiembre de 1928, dos caballos originarios de Argentina, conocidos como “Gato” y “Mancha”, criados en la región de la Patagonia por un cacique tehuelche, irrumpieron en la Quinta Avenida de Nueva York. Este momento culminante marcó el final de una extraordinaria travesía de 21,000 kilómetros que duró tres años y cinco meses. El encargado de llevar a cabo esta increíble hazaña fue Aimé Félix Tschiffely, un profesor suizo de inglés residente en Argentina.
Los protagonistas tras la aventura
Los caballos “Gato” y “Mancha” pertenecían a Emilio Solanet, un visionario veterinario, profesor y criador de caballos originario de Ayacucho. Emilio, tras varias reuniones con Aimé, optó por confiar en él y regalarle los caballos para llevar a cabo su ambicioso objetivo: poner en valor la raza criolla, que estaba en declive, mediante una ardua expedición de Buenos Aires a Nueva York.
El comienzo de la travesía
El 24 de abril se conmemora el centenario de la partida del intrépido suizo desde La Rural. Equipado con elementos básicos como mapas, una brújula, y algo de dinero, Aimé inició su épico viaje. Según Oscar Solanet, hijo de Emilio, esta partida simbolizó el inicio de una fuerte amistad entre su padre y Aimé, quien confiaba en que los caballos criollos demostrarían su resistencia excepcional al mundo.
El legado imperecedero de “Gato” y “Mancha”
La extraordinaria aventura tenía como fin resaltar la potencia y eficacia del caballo criollo, características que lo hacían idóneo tanto para el trabajo rural como para fines bélicos. Solanet recuerda que a inicios del siglo XX, la tendencia era el mestizaje con caballos europeos, ignorando el valor del criollo. Aimé, conocido como un bohemio aventurero, logró con su viaje revertir esta percepción, convirtiendo a “Gato” y “Mancha” en emblemas de fortaleza y perseverancia.
a comunidad generalmente mostraba escepticismo, percibiendo el plan de Aimé como una locura. No obstante, tras un encuentro con el especialista criador Emilio Solanet, las dudas comenzaron a desvanecerse, al ver la oportunidad de reivindicar la raza criolla al trotar hasta Nueva York.
Por un tiempo, Emilio Solanet dudó en facilitar sus preciados caballos, dada la importancia de preservar la pureza del criollo en Argentina. Sin embargo, tras conversar con Aimé, optó por cederles los ejemplares y entrenar al profesor suizo, desarrollando un sólido vínculo durante largas jornadas de entrenamiento.
“Gato” y “Mancha” recorrieron 20 países, estableciendo un récord de altura para equinos al cruzar los Andes. A pesar de temperaturas extremas, desde el frío de casi 20 grados bajo cero hasta el calor abrasador de 50 grados, evidenciaron la resiliencia criolla. Pablo Zubiaurre, en su libro sobre la travesía, enfatiza la significancia histórica y cultural de este viaje.
En Ayacucho, la memoria de esta gesta se honra con monumentos y ceremonias que recuerdan a los tres viajeros. Los restos de “Gato”, “Mancha”, y del aventurero Aimé reposan juntos, ratificando la unión simbólica que lograron durante su épica expedición.
Oscar Solanet, hijo del criador Emilio, comparte que el suizo Aimé fue un hombre bohemio pero decidido, que se ganó el apoyo incondicional de su padre, contribuyendo a transformar la percepción internacional sobre el caballo criollo argentino.
Al final, esta inolvidable epopeya no solo exaltó la nobleza y resistencia del caballo criollo, sino que también estrechó vínculos entre naciones, consolidando un legado imborrable en la historia equina mundial.