Historias personales: “¿No estás mayor?” A los 37, usé mis ahorros para filmar una serie. Arriesgarse después de los 30 es un acto de rebeldía

Invitación a lo artístico

“Es genial que sigas haciendo estas cosas creativas; en serio, no dejes de invitarnos. Parece que a nuestro alrededor, a esta edad, ya sea que hayan alcanzado todo o que se hayan rendido. Eres la única que sigue intentando”, comentó una amiga tras un ciclo de lectura en el que participé hace un par de años. Esas palabras quedaron resonando en mi mente, no por un tono malintencionado, ya que conozco bien a mi amiga y sé que no pretendía ser sarcástica, sino porque su mensaje llevaba un peso muy significativo. Le devolví el abrazo, pero me quedé pensando, ¿existe un umbral de edad que nos limite para emprender nuevos proyectos o para considerar que hemos fracasado y debemos detenernos? No tengo clara la respuesta, pero diría que está en gris.

La presión del tiempo

Hay una película dirigida por Joanna Arnow, titulada “La sensación de que el tiempo para actuar ya pasó”. Trata sobre un personaje atrapado en la rutina de un trabajo monótono y amores casuales, sin un horizonte definido. El título refleja una idea común: “Es demasiado tarde para…”, “Ya estás grande para…” o “¿Cómo te atreves a hacer esto?”. Esta presión por lograr el éxito rápido y sin esfuerzo está presente, aunque es difícil definir su origen.

Afrontando prejuicios

No hace mucho, durante una cena, surgió un debate sobre una conocida, digamos “Pepe”, y su pareja, quien decidió priorizar su carrera como actriz antes que tener hijos. Esto desató críticas sobre esta mujer: que si no había triunfado antes de los treinta, es porque le falta talento, entre otras cosas. Este tipo de comentarios me hacen cuestionar la noción del límite de tiempo para alcanzar el éxito y la percepción que los demás tienen de ello.

El proyecto de la serie

En 2024, decidí escribir el guion de una serie corta y también actuar en ella, similar a Joanna Arnow pero sin la parte de BDSM. Parecía una tarea simple en mi cabeza: pocos personajes, una sola locación, estilo documental con planos fijos. Pero aprendí que en audiovisuales todo es complejo y que gestionar a un grupo numeroso añade dificultades. Al inicio, trabajé con estudiantes de cine, pero terminé con un equipo profesional que me llenó de orgullo y satisfacción por el producto final.

Buena parte de mi entorno me dio su apoyo, desde amigas que ayudaron en la planificación hasta otras que actuaron como extras, incluyendo a mi novio, mi padre y mi perro Tuco. Sin embargo, también enfrenté objeciones: “¿Vale la pena invertir tanto?”, “Solo hazlo si es tu obra maestra”, “Si desconoces el mundo audiovisual, ¿por qué no intentas con teatro?”

La inversión fue significativa, pero usé mis ahorros y estoy conforme con la decisión. Al igual que otros gastan en vacaciones exóticas, tratamientos o educación de lujo, yo opté por financiar este proyecto. Nadie cuestiona esas elecciones, y creo que lo mío no debería ser diferente, solo porque saca a la luz aspectos que incomodan al salirse de las normas establecidas para los adultos.

La preproducción de la serie tuvo sus retos: conflictos entre los estudiantes involucrados y retrasos que nos llevaron a posponer la grabación. Aquel día lloré, pensando si era una señal para dejarlo. Pero, después, con un nuevo equipo, logramos filmar “Primero A” en casi una semana, sorteando diversos contratiempos como problemas de salud y ausencias inesperadas.

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Durante el rodaje, a veces me cuestionaba por qué me estaba exponiendo tanto y no había optado por inversiones más seguras como bitcoins o una aspiradora avanzada. Pero la respuesta persistía: esto es lo que realmente me importa.

Al ver los primeros cortes, sentí un orgullo enorme por el proyecto. Aunque mis amigos y familiares se mostraron curiosos y emocionados, fue la producción en sí lo que me impactó más. No importó si la serie llegaría a Netflix o si haríamos una alfombra roja; lo importante era que la experiencia había sido enriquecedora.

Un personaje de la serie es un músico que lleva veinte años intentando sobresalir con su banda y que pide dinero a su novia, reflejando cómo el éxito cambiaría la percepción del entorno sobre él, algo que sucede a menudo.

La reacción más inesperada fue la de una amiga que, tras uno de nuestros encuentros, comentó que habría sido mejor hacer un corto en lugar de una serie, menospreciando el mercado y los festivales actuales. Aunque no preguntó por mi experiencia, sentí que estaba más juzgada por intentar algo que me gustaba que por otras situaciones laborales cuestionables que he enfrentado.

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El tema de intentar, aunque incómodo, es valioso. Aunque nuestra sociedad promueve valores individualistas, pocos aceptan ver el supuesto fracaso de otros al intentarlo. Pero estas experiencias de exposición son las que nos enseñan y en las que confiamos para crecer.

Curiosamente, encuentro esta experiencia positiva. Aprendí mucho y, sin importar el desenlace, la repetiría mejorada la próxima vez. No me preocupo por la edad en ese momento, y sé que seguiré apostando por lo que me apasiona.

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