Frecuentar el mismo bar, sentarse siempre en la misma mesa y disfrutar del mismo café junto con la tostada acostumbrada, sin que el camarero siquiera pregunte por tus preferencias. Esta rutina puede resultar conveniente hasta que un día te das cuenta: ¿quién está tomando las decisiones? Esta escena, que representa la pérdida de autonomía en nuestras elecciones diarias, es un reflejo del papel de los algoritmos en las redes sociales: simplifican la toma de decisiones, pero también limitan la capacidad de cambiar.
La apertura de esta caja de Pandora genera preguntas: ¿cuánta libertad tenemos en un mundo donde casi todo parece estar sugerido? ¿Cómo podemos recuperar la conciencia y el dominio sobre nuestras decisiones? ¿Cuántas veces creemos que estamos eligiendo cuando, en realidad, solo estamos aceptando una sugerencia perfectamente calendarizada?
En un mundo donde la inteligencia artificial (IA) toma cada vez más fuerza, el algoritmo se convierte en una entidad que crea realidades, moldeando tanto nuestro consumo como nuestras identidades. Es un conjunto de instrucciones que aprenden de nuestras acciones. Así, lo que a uno le agrada se vuelve irrelevante frente a lo que uno ve, hace clic, pausa, repite o ignora.
Es como si lleváramos un doble invisible, que observa y toma notas constantes: a qué hora somos más activos, qué tipo de contenido nos atrae, qué cosas reciben nuestro “me gusta” y qué pasamos por alto. Este “doble” comienza a decidir por nosotros, filtrando contenido y determinando nuestro menú digital. Según Joan Cwaik, conferencista y especialista en tecnologías emergentes y autor de “El algoritmo ¿Quién decide por nosotros?”, esto es lo que sucede.
¿Dónde está el truco? En creer que seguimos siendo independientes, cuando en realidad estamos cada vez más predispuestos a reaccionar de forma programada. El algoritmo optimiza nuestra atención, ansiedad e impulsos. Si no nos detenemos a reflexionar, podríamos pasar años tomando decisiones influenciadas por otra lógica más sutil pero efectiva, señala Cwaik, divulgador tecnológico y máster en Administración de Empresas.
El auge del sistema algorítmico se dio entre 2011 y 2014, cuando grandes plataformas como Google, Facebook y YouTube dejaron de mostrar el mismo contenido para todos y comenzaron a personalizarlo. Lo que era un espacio público se transformó en un feed personalizado.
“Este cambio fue silencioso pero muy significativo, ya que ahora nos enfrentamos a nosotros mismos, compitiendo con nuestra versión del pasado. Las tecnológicas han encontrado así la fórmula perfecta para mantenernos conectados, predecibles y consumiendo”, agrega Cwaik.
Cwaik reflexiona que el problema no radica en que el algoritmo falle, sino en que funcione demasiado bien, ya que pretende capturar nuestra atención. Propone cinco estrategias para hackear este sistema y ejercer nuestro libre albedrío, sin responder únicamente a estímulos predefinidos.
Reprogramar lo que buscas para alterar lo que ves
El algoritmo no es un adivino, sino un reflejo de tus acciones recientes. Aprende de lo que hiciste, no de lo que podrías hacer. Así, si continuamente haces clic en lo mismo y reaccionas de manera uniforme, el contenido se volverá repetitivo. Gradualmente, se establece una burbuja que te limita.
La solución es buscar activamente cosas diferentes. Piensa en lo que aún no conoces, en lugar de lo que te gusta. “Si disfrutas la política, prueba con ciencia. Si te encantan los memes, sigue medios culturales. Esto no cambiará tu identidad, pero sí expandirá tus horizontes”, sugiere Cwaik. El algoritmo es como un perro de búsqueda: si siempre arrojas el mismo palo, siempre lo traerá de vuelta. La sorpresa es el primer paso para romper el ciclo.
Controlar el hábito automático de hacer scroll
Deslizar la pantalla se ha convertido en un hábito casi inconsciente, que sucede cuando hay aburrimiento o espera. “Lo haces casi sin pensar: en la fila del supermercado, cuando el semáforo se demora, mientras alguien habla”, advierte el experto.
Cada uno de esos momentos es una oportunidad para que el algoritmo continúe definiendo nuestro “perfil”, dejando menos espacio para el cambio. La clave no es abandonar las redes, sino usarlas con intención. “Entra con un propósito, no solo para ocupar tus manos. Haz scroll como quien lee un periódico, no como quien busca entretenimiento sin rumbo. La falta de intención lleva a la repetición, y la repetición es la esencia del algoritmo”, explica.
Optar por contenido que contribuya, no solo que entretenga
Las plataformas están construidas para premiar el contenido inmediato, fácil de digerir, que captura la atención sin necesidad de contexto o reflexión. La viralidad premia lo ligero. “No es malo divertirse, pero si solo consumes lo que es sencillo, tu pensamiento se hará menos profundo. Hackear el algoritmo significa también entrenarte para no elegir siempre lo que da satisfacción instantánea”, indica Cwaik.
Es como la alimentación: si solo comes bocados rápidos, eventualmente tu cuerpo lo sentirá. Y si solo consumes estímulos fáciles, también lo hará tu mente. “Régálate el tiempo de leer o ver contenido que desafíe, que no sea inmediato ni viral, al menos una vez por semana o al mes”, sugiere.
Explorar con el algoritmo ajeno como nueva perspectiva
Cada usuario vive en su burbuja digital, incluso con las mismas plataformas. Lo que aparece en Instagram o TikTok es una versión personalizada de acuerdo a tus interacciones previas. Aunque cómodo, es peligroso porque crea un microclima donde todo resulta familiar.
Una estrategia simple para salir de esta burbuja es ver el contenido que otros consumen. “Literalmente, observa el feed de un amigo, deja que alguien te comparta lo que le aparece, intercambien móviles unos minutos. No se trata de grandes debates, sino de tener un vistazo a otros mundos posibles. Compartir lo que vemos es recuperar el sentido colectivo que hemos perdido”, explica Cwaik.
Evaluar tu estado después de estar en línea
“El algoritmo no capta si algo te hizo bien o mal; solo percibe que, si permaneces viéndolo, es porque te gustó”, detalla el autor. Este supuesto puede ser perjudicial. Uno puede quedarse viendo algo por curiosidad malsana, adicción o ansiedad. Lo que consume tu atención de manera negativa es repetido por el sistema como un éxito.
Es importante hacerse un chequeo emocional después de interactuar online. No por moral, sino por bienestar mental. “Pregúntate cómo te sientes tras lo que viste: ¿mejor? ¿inspirado? ¿te motivó? ¿O te dejó vacío y desanimado? Ese simple cuestionamiento es clave para romper el ciclo. Recuerda: lo que el algoritmo no puede interpretar es cómo vives tú lo que consumes. Esa diferencia es solo perceptible para ti”, enfatiza.