Hace veinticinco años, Analía Alvarez ejercía el periodismo como parte del equipo de Telenoche Investiga. “El periodismo y la cafeína son socios inseparables”, comenta. Dejó la cadena televisiva para acompañar a su esposo, también periodista, en su trabajo como corresponsal en América Latina. “Era mi gran oportunidad para explorar la diversidad cultural latinoamericana, algo que siempre me había fascinado”, recuerda. Durante esta búsqueda, encontró un universo apasionante: el del café.
El descubrimiento del mundo del café
“Lo primero que conocí fueron los campos de café: la gente del café, con su inmensa sabiduría y generosidad para compartir conocimientos. Ahí decidí: tengo que estudiar. Y me marché a Estados Unidos”, narra.
Corre el año 2005, tiempos que ahora parecen el inicio del flat white. Para el año 2010, Andrea se convirtió en la primera argentina en obtener la calificación Q Grader por el Coffee Quality Institute y fundó un centro de estudios sobre el café. En 2011 inauguró Coffee Town, un referente del café de especialidad en Argentina.
De periodista a escritora
Durante la pandemia, cuando gran parte de su negocio debió cerrar temporalmente, Analía revisó sus archivos acumulados con el propósito de comunicar sobre el mundo del café. Tras dos años de intensa investigación, nació “Yo, cafeto”, un libro que mezcla relatos ficcionales con la historia de esta bebida universal. Este libro fue el primero de una trilogía, seguido por “Yo, cafeína”, y ya se encuentra trabajando en el tercero, que girará en torno al fuego.
En su reciente libro, Andrea conecta ficción e historia no solo al hablar del café, sino también del té, la yerba mate y el cacao. Principalmente, del alcaloide común en todos ellos: la cafeína. “La droga del buen vivir”, como la llama en la portada.
El viaje de la cafeína a lo largo de la historia
La cafeína, conocida antes de recibir este nombre en Europa durante la Edad Media, se consumía por sus efectos: te despierta, aporta energía y alivia malestares estomacales. La sustancia fue identificada por Friedlieb Runge en 1819 cuando observó que las pupilas de su gato se dilataban; dos años más tarde, fue detallada por los químicos franceses Pierre Pelletier y Pierre Robiquet. Hacia finales del siglo XIX, el alemán Hermann Fisher logró sintetizarla, ganando el Nobel de Química en 1902.
Estudiada durante siglos, la cafeína sufrió periodos de controversia similares a los del huevo. En la actualidad, médicos de renombre, como el especialista en obesidad Mauricio González, la recomiendan enfáticamente, afirmando “Bebe café” como parte de un estilo de vida saludable.
Beneficios para la salud y el cerebro
Analía menciona que las guías internacionales sugieren el consumo de tres tazas de café al día para adultos sanos. Ella misma toma más de esa cantidad, siempre espresso. También afirma que los niños pueden consumir café, ya que hay más cafeína en refrescos y chocolates. “Habría que ingerir cantidades colosales de café para que resultara perjudicial”, enfatiza.
La cafeína, explica, puede ser útil para el Alzheimer y el Parkinson al dilatar las arterias y mejorar la circulación, y también podría ser beneficiosa para la diabetes. Su impacto en nuestra actividad cerebral es notable: es “la droga más sana”, de menor adicción, que ha acompañado a la humanidad desde el siglo XVII. Alvarez insiste que los logros de la revolución industrial en Occidente no habrían sido posibles sin la ayuda de la cafeína, manteniéndonos alertas.
El legado cultural del café
Andrea aprendió que la cafeína es una puerta a lo botánico, lo sociológico, lo político y lo histórico. Se encuentra presente en muchas sociedades y culturas. Su libro detalla desde la ruta del té Chamadao en el Tíbet hasta Ka’a Yari, la diosa de la yerba mate en la tradición guaraní.
Descubrió que una calle de Buenos Aires lleva el nombre de Bonpland en honor a Aimé Bonpland, un botánico francés que llegó a Buenos Aires en 1817 y soñó con establecer una colonia para el cultivo de yerba mate en Paraguay.
Analía señala que términos como mateína o teína son simplemente “nombres artísticos” de la cafeína, “la gran señora, la eterna reina de las drogas”, dice con humor.
La gran dama, naturalmente, se luce en una excelente taza de café. Andrea ha sido una promotora de esta idea desde que en 2011 transformó con su esposo y socio José una góndola descuidada en el viejo Mercado de San Telmo en una cafetería de especialidad.
Hoy en día, este local, “único en Sudamérica y mencionado incluso en revistas japonesas”, según destaca, ya no existe porque las propietarias del mercado no renovaron su contrato. “Una gran deslealtad comercial”, critica Andrea, anunciando que Coffee Town resurgirá en una nueva ubicación. Mientras tanto, la empresa continúa suministrando máquinas y café a numerosas cafeterías en distintas ciudades del país, y ella se ha comprometido en un nuevo proyecto: llevar a cabo la filial argentina de la Alianza Internacional de Mujeres del Café, una organización presente en 30 países productores y consumidores de café.
“El objetivo es conectar a mujeres vinculadas al café: proveedoras, propietarias, tostadoras, baristas. Queremos generar un intercambio donde podamos potenciarnos y hacer negocios juntas”, afirma.
Confiesa que en el mundo del café, el avance de las mujeres ha sido lento. “Hoy en día hay más baristas mujeres, propietarias de cafeterías y pasteleras abasteciendo pastelerías. Sin embargo, en la tostación de café aún son pocas”, observa.
Andrea busca nuevamente ser pionera en mejorar la presencia femenina en el sector. “Existen muchas oportunidades para que las mujeres incrementen su visibilidad”, concluye.
AS