En aquel sitio transcurrieron gran parte de mis años. Aquí inicia la narración sobre la Comunidad Tierra, comenzando con datos recabados y documentados y, posteriormente, a través de mis experiencias personales. Soy el segundo de ocho hermanos, tres hombres -uno ahora nos guía desde el cielo- y cinco mujeres; sí, ocho hermanos… Los tres mayores nacimos en el hogar familiar ubicado en Beccar, San Isidro, Provincia de Buenos Aires. Nuestros padres: Delia Amalia Puiggari (Beiby) y Claudio Víctor Antonio Caveri (papá).
Un Hogar en Beccar
La casa, que fue destacada en una revista especializada, estaba completamente influenciada por el movimiento arquitectónico moderno que mi padre, como joven profesional recién graduado, incorporó. Era 1951, los primeros años pasaron con tranquilidad, y tras el nacimiento de la primera hija y poco antes de mi llegada en 1957, papá estaba llevando a cabo la construcción de la parroquia de Fátima en Martínez, un emblema de la arquitectura argentina, y simultáneamente, recibían a amigos y matrimonios en casa que compartían una visión de una vida cristiana comprometida con la realidad; allí estaba naciendo la idea de vivir en comunidad.
Para desarrollar el proyecto, el terreno debía cumplir una condición esencial: posibilitar el trabajo en la tierra para crear autosuficiencia como una granja, y con los excedentes de la producción, generar otros ingresos o comerciar con el entorno. Tras analizar varias propuestas, comenzó la aventura y optaron por unas hectáreas en una zona rural del partido de Moreno, al límite con San Miguel, en un establecimiento llamado Trujui.
El Origen del Proyecto Comunitario
Originalmente, cuatro matrimonios dieron inicio a los preparativos, liderando mis padres junto a mi hermana mayor de 4 años, yo de un año y medio, y el hermano menor con unos pocos meses. También Emilio Brun, ingeniero agrónomo, y Silvia Blanco, una familia tan comprometida como la nuestra, con su hijo mayor de la misma edad que mi hermano. Se establecieron en una casaquinta alquilada en los alrededores para comenzar con las obras básicas e instalarse por sus propios medios, ya que un crédito gestionado para la construcción de las viviendas no prosperó. Se formó una escuela que impulsó la creación de una cooperativa, apoyada por el gobierno de Frondizi de la época, que promovía ese tipo de instituciones.
Es relevante mencionar que los matrimonios iniciales pertenecían a una clase media alta y compartían la idea de llevar a cabo las enseñanzas sociales de la iglesia. No obstante, la autonomía de la Iglesia como institución se respetaba, por ejemplo, al configurar las escuelas, era esencial mantenerlas como instituciones laicas.
Con el paso del tiempo, se unieron otros matrimonios o jóvenes, especialmente durante la era hippy, la mayoría provenientes de otros grupos comunitarios o de sectores medios de la Ciudad de Buenos Aires. La participación de la gente de la zona en la comunidad fue casi nula en los quince años que duró la experiencia.
Las obras comenzaron y surgieron varios relatos y recuerdos propios que gradualmente se fueron acumulando. Una anécdota recurrente es aquella en la que una tarde, durante las excavaciones, un coche lujoso, extraño en la zona, se detuvo, y una señora, elegantemente vestida, preguntó por el arquitecto de Fátima… Desde uno de los pozos, papá confirmó que era él y le explicó que no podía aceptar el proyecto para su casa de veraneo en Uruguay. La señora insistió que con lo que le pagaría, podría terminar su casa contratando más albañiles, a lo que papá respondió: “Es que quiero construirla yo mismo”. Este recuerdo muestra claramente quién era nuestro padre.
Mi infancia transcurrió entre ladrillos, construyendo casitas y jugando al escondite en los sembrados de maíz. La comunidad iba desarrollándose, y aunque cada familia tenía su residencia, los desayunos y cenas eran momentos para compartir. Con el tiempo, se habilitó un “espacio común”, un edificio que albergaba un comedor para almuerzos y ocasiones de merienda, además de cocina y lavadero compartidos, áreas de juego y salas de reuniones.
Este proyecto comunitario, que algunos han calificado como utópico, cobró vida durante más de 15 años. Al inicio, los Jesuitas del Colegio Máximo brindaron apoyo de diversas maneras, incluso proporcionando un sacerdote que oficiaba misa en la pequeña capilla edificada.
Durante los primeros años, la comunidad prosperó con una parcela agrícola, inicialmente cunicultura que fue posteriormente reemplazada por una granja de gallinas, una pequeña lechería con unas cuantas vacas, algunos caballos y un tractor. La carpintería rápidamente se convirtió en el principal sostén económico de la comunidad con la fabricación de muebles “Casas Blancas”.
Estos muebles, robustos y de algarrobo o roble diseñados por papá, dejaron una huella imborrable. Atendía en persona los fines de semana, diseñando según las necesidades del cliente y anotando en una lista de espera para la realización del pedido. De niños, dedicábamos algunas horas diarias a colaborar en estas labores. Recuerdo un artículo en una revista donde, con 12 años, me presentaban a cargo de 16 gallinas, lo cual era un trabajo arduo.
El proyecto arrancó en 1960 y durante sus primeros doce años alcanzó su auge: era la época del mayo francés y de eventos como el festival de Woodstock en 1969, que aportaron la perspectiva hippy a la comunidad. Se despertó mucha curiosidad por las construcciones, el estilo de vida y los muebles fabricados bajo pedido.
La escuela primaria abrió sus puertas en 1963, y con el tiempo se convertiría en una institución modelo por su lema “Todos iguales, todos diferentes”. Así transcurrieron los años junto al crecimiento del vecindario y desde la escuela se forjó la idea de ser el corazón de la comunidad, aunque éramos vistos como bichos raros. Además, la singular arquitectura impulsada por papá reflejaba de manera tangible esa “unidad en la diversidad” no solo en las estructuras físicas. Comunidad Tierra ha suscitado el interés de la prensa en diversas oportunidades, principalmente por la vida comunitaria y la arquitectura de Claudio Caveri.
La comunidad estableció lazos con distintos grupos, tanto en el país como en el exterior: por ejemplo, la comunidad del Arca en Francia o la Comunidad del Sur en Montevideo, Uruguay, que me acogió durante casi dos años cuando tenía 15. Allí completé mis estudios secundarios. Aunque esta comunidad no tenía un origen religioso, la apertura de Comunidad Tierra a diferentes experiencias enriquecía nuestras diferencias.
Es evidente que las influencias fueron múltiples, pero la Comunidad Tierra dejó en mí vivencias profundas de infancia y juventud: fue una época maravillosa, y estoy agradecido a mis padres por este modo de vida que me ha permitido transformarme siempre que las circunstancias lo requerían.
El país atravesaba el agitado contexto político de los años setenta y esto impactó en la comunidad de varias formas, con cierta militancia barrial en la Juventud Peronista y otros grupos conectados a organizaciones más extremistas que, aunque no activamente parte de la comunidad, generaron confusión al ser todos categorizados igual. Con el golpe militar de 1976, la disolución en marcha se concretó, especialmente después de un allanamiento de la Fuerza Aérea en las escuelas, las cuales se convirtieron en el legado de la comunidad que mis hermanos Sebastián e Inés, la menor de las hermanas, continúan llevando adelante con mucho esfuerzo hoy en día.
Ellos sostienen la idea de escuelas públicas de gestión privada, integradas a la enseñanza oficial, abarcando desde el nivel inicial hasta el secundario técnico. Estas escuelas son el fundamento de todos los espacios que antaño pertenecieron a la comunidad. En 2011, papá falleció en su casa de Trujui, y mamá vivió allí hasta 2019, cuando se trasladó a un departamento en Castelar, donde falleció dos años después.
El proyecto de Comunidad Tierra se fue desvaneciendo, pero el legado dejado por tantas familias continúa siendo un faro para buscar vivir de modo solidario y cooperativo, contrastando con la tendencia del individualismo. Curiosamente, parece que los tiempos no han cambiado tanto.