El temporal que azotó al sur del conurbano bonaerense provocó inundaciones en varias áreas. Evelin Castillo valerosamente se adentra en el agua que le llega hasta la cintura para narrar su historia a Clarín. Reside en el kilómetro 26 de Florencio Varela, donde su hogar quedó parcialmente bajo el agua. La fuerza de la corriente es tal que debe esforzarse para no ser arrastrada.
“Nos fuimos de casa a medianoche con el agua ya alcanzándonos las rodillas. Tuvimos que evacuar por nuestra cuenta, nunca llegó Defensa Civil”, afirma Evelin.
Intentos de preparación
Evelin trató de estar preparada. “Antes de que el agua nos alcanzara, subí sábanas, colchones y hasta la heladera. Sin embargo, fue inútil. El agua lo alcanzó todo”, relata. Hacia las cuatro de la madrugada, regresó con su esposo para ver el impacto. “El agua llegaba hasta la cintura”, rememora. Ella reside con sus hijos, a quienes llevó a casa de un amigo lejos del agua. “Perdí todo lo que habíamos adquirido con tanto esfuerzo”, lamenta, al borde de las lágrimas.
Mientras Evelin comparte su testimonio, transcurre una hora. Finalmente, aparece el personal municipal intentando retirar la basura que bloquea el descenso del arroyo.
El impacto del arroyo Las Piedras
Pasando por el kilómetro 26, el arroyo Las Piedras es el eje donde muchos construyeron sus viviendas. Tras el temporal, estas quedaron medio cubiertas por el agua. Algunos vecinos se trasladan a las vías del tren para resguardar sus pertenencias, mientras que otros se esfuerzan por llevar alimentos a los afectados. Los perros han hallado refugio en los tejados y la mayoría de los residentes tuvo que dejar sus hogares.
En la calle La Pulpería, Alexis tiene su barbería. “Desde ayer, observamos que todo se está desbordando. El agua empezó a cubrir la acera.” A veces la Guardia Comunal pasa a velocidad, sin cuidado. “Crean olas y el agua vuelve a entrar al local. No tienen consideración. Desde la mañana estoy secando con el secador”, comenta el barbero.
Laura, a cuatro cuadras de la estación del Tren Roca Dante Ardigó, pasó la noche despierta: “Los muebles flotaban, fue angustiante. Se cortó la electricidad y no sabíamos si el agua había alcanzado los enchufes. Tomé a mis hijos y nos subimos a la mesa. No nos pudimos mover hasta el amanecer.”
En Quilmes, el estado de las inundaciones era igualmente alarmante y en algunos barrios de Bernal, el agua también alcanzaba la cintura. “Estoy acostumbrado. Toda mi vida ha sido así”, menciona Diego, que aguarda en la puerta de su casa para que el agua descienda. Vive en Villa Iapi, donde gestiona una hamburguesería desde su hogar.
Apenas se dio cuenta de que el nivel del agua comenzaba a aumentar, a eso de las dos de la madrugada, actuó de inmediato: elevó cuanto pudo y algunos vecinos le ayudaron a levantar los congeladores que aún estaban en el suelo. “Estamos acostumbrados. Nos apoyamos mutuamente”, detalla. Ahora, con la calle convertida en un arroyo de barro, solo espera.
Entrada la tarde, Clarín visitó otras áreas de Quilmes. Un joven de 21 años, Agustín Jiménez, residente de Villa Itatí, utiliza el kayak de su cuñado para auxiliar a vecinos que no pueden salir. Como no tenían remos, improvisó unos con un par de escobas. “Mi cuñado propuso salir. Metimos el kayak y luego me dejó solo, pero quise continuar ayudando”, comenta.
Motivado por ayudar, destaca: “Hay personas mayores que no pueden desplazarse, el nivel del agua es muy alto. Hoy asistí a un señor con problemas en las piernas. Lo trasladamos a tierra firme porque debía salir de ahí”, describe.
Mientras rema con escobas, otro joven se une a él en el kayak para sumar esfuerzos. “Alguien se me acercó y preguntó: ‘¿Puedo subir?’. Y subió. Entre todos tratamos de colaborar según las necesidades. Siempre estoy dispuesto a ayudar. Esto permite hacer el bien en medio del desastre”, afirma.
Agustín no se considera un héroe, solo alguien que no puede quedarse de brazos cruzados ante el sufrimiento ajeno.
AA