La pregunta que desató recuerdos
Una tarde le pregunté a mi esposa, Lucila:
– ¿Alguna vez te encontraron en una encrucijada?
– ¿Qué quieres decir con encrucijada? (me exaspera cuando responden con otra pregunta).
– Me refiero a algo que podría haber cambiado el rumbo de tu vida por completo (tratando de aclarar).
– ¿Y tú, viviste algo así? (ahí vamos con más preguntas…).
Recuerdos escolares y cambios importantes
Dando un salto al pasado, fui inscrito en el jardín de infantes del colegio Ricardo Gutiérrez en Olivos. Al siguiente año, en 1960, mi familia fue trasladada a El Salvador, donde ingresé al colegio jesuita Externado de San José. Allí cursé la “Preparatoria” y primer grado, concluyendo con medalla al mejor alumno. Más tarde, debido a la situación familiar, me cambiaron al American School, donde dejé incompleto 2º grado por la trágica pérdida de mi papá a mitad de año. Esa pérdida marcó tiempos difíciles para nuestra familia, mi madre quedó a cargo de cinco hijos en edad escolar.
Nuevas experiencias y desafíos
Con la ausencia de nuestra casa, nos mudamos al departamento de mis abuelos y me inscribieron en el parroquial Nuestra Señora de Montserrat. Sin embargo, el departamento se hacía pequeño, por lo que mi madre decidió que viviera con una tía. Este traslado me llevó a asistir a la escuela pública Nº 17, Leandro N. Alem.
La foto de la clase de quinto grado es un recuerdo imborrable. En ella estoy yo, Carlos Tanaka, y a mi lado mi maestra Cristina de Arcos, quienes aparecen señalados.
Después de vivir tres años en Centroamérica, mi aspecto pequeño confluía con un acento mexicano peculiar, colocándome en 1º Inferior inicialmente, para luego avanzar rápidamente a 2º grado en seis semanas. Fue un tiempo inolvidable siendo estudiante en una escuela pública, siempre con el guardapolvo blanco. Mi prima Elsita recuerda que, al salir del Alem, mi maestra lloraba por mí.
Los cambios y el impacto de una educadora
Ese año, mi rutina incluía ver a mi madre y hermanos sólo los fines de semana. Era una especie de internado, pero nunca me sentí abandonado, pues mi rendimiento académico me permitía avanzar. Mi madre me incentivó a rendir 3º grado libre. Así, de 2º pasé directamente a 4º grado.
Ya en La Lucila, enfrenté un proceso de adaptación complejo. Pasé de ciertos privilegios a tener muchas responsabilidades, como si hubiera transitado de un reino a un orfanato soviético.
Ingresé al colegio parroquial Jesús en el Huerto de los Olivos, el sexto en cinco años. Desde la educación jesuita hasta lo liberal del colegio americano y la escuela pública, había pasado por varias experiencias. Y ahora, debía viajar en tren a Retiro y tomar el subte a Constitución para asistir al colegio japonés, donde respondía por el nombre de Kimio. Era un viaje que solo me ofrecía una vista de la vida pasar.
Un giro inesperado y su reencuentro
El año 1966 marcó un punto de inflexión. Influenciado por un entorno de libertad en un verano en Villa Gesell, desaté una rebelde confrontación con mi madre. En el colegio, mi atención en clases era mínima, no tomaba apuntes y terminé protagonizando un incidente en el acto del 9 de Julio. Esto derivó en que mi maestra, Cristina de Arcos, convocara a mi madre, dándonos un ultimátum. Ella, a pesar de sus preocupaciones, vio potencial en mí, proponiendo una solución que implicaba buscar ayuda con un compañero para rehacer mis notas. Así comenzó nuestro esfuerzo conjunto para salvar el año.
Fue gracias a la dedicación y la visión de esa maestra que, al final del ciclo escolar, no solo aprobé el curso, sino que conseguí inspirarme para finalizar mis estudios y alcanzar un título en arquitectura, mientras que mi compañero de apoyo también encontró su camino hacia el éxito como ingeniero. Décadas después, decidí rastrear a mi maestra perdida. Durante la pandemia, al escribir mi autobiografía, su recuerdo me impulsó a buscarla. Finalmente, el destino me permitió comunicarme con ella y expresar mi agradecimiento personal, cerrando así un capítulo significativo de mi vida.