Descubriendo el mundo del deporte
La conocida frase “mente sana en cuerpo sano” siempre resonó en mi mente. Desde joven, intenté incursionar en diversas disciplinas deportivas: probé artes como el patinaje artístico, el vóley, deportes como la pelota al cesto, y actividades como el handball, la natación y el hockey. Durante mi adolescencia incluso practiqué en una escuela de remo en Tigre y, ya en mis veinte, asistí a clases de tenis por varios años.
El despertar de una pasión diferente
Probablemente haya experimentado otras actividades que hoy ya he olvidado. Con solo seis o siete años, deseé asistir a clases de danza clásica, pero aunque tiene sus similitudes con el deporte, no me aceptaron. Finalmente, tuve que aceptar que mi habilidad atlética no pasaba de ser solo promedio en todos estos intentos.
No era desastrosa, simplemente no destacaba en nada que practicara. Me volqué entonces a la única disciplina que me apasionaba de verdad y en la que era excepcional: la lectura. Así fue como, con el tiempo, esta pasión por los libros me llevó a convertirme en escritora, algo que mantenía en mente.
Durante muchos años, mi “entrenamiento” se centró en la lectura: sostener libros, leer durante horas, escribir con agilidad usando todos los dedos sobre el teclado y estirar para evitar tensiones en cuello y espalda.
En un mundo donde existieran Olimpiadas de lectura, seguramente habría ganado alguna medalla.
Un giro inesperado
Sin esperarlo, llegó un diagnóstico que nunca anticipé. A los 51 años, mi cuerpo me sorprendió con un cáncer. Al recibir la noticia, tras años de radioterapia, tratamientos y varias cirugías reconstructivas, mi cuerpo comenzó a pedirme que lo ayudara a salir adelante. Era momento de dejar atrás la vida sedentaria.
Así fue como llegué a las clases de yoga terapéutico con la maravillosa instructora Cynthia. Ella me ayudó a reconectar con mi cuerpo, a apreciar sus movimientos y comprender que el ejercicio podía ser divertido. Empezamos a trabajar con diversos equipos: pelotas, bandas y columpios, lo que me inspiró a disfrutar de todo el proceso.
El tono alegre y dinámico de las clases de Cynthia me mantuvo motivada y me llevó a seguir explorando las posibilidades de mi cuerpo.
El desafío del gimnasio
Después de dos años de yoga, una recomendación de mi cardiólogo cambió de nuevo mi rumbo: era hora de incorporarme a un gimnasio y trabajar en fuerza y cardio.
Opté por un gimnasio de barrio, situado a corta distancia de mi hogar, en la intersección de Flores y Caballito. La diversidad de edades y formas físicas de los asistentes me atrajo enseguida. Maxi, el instructor, me escuchó atentamente y entendió mis limitaciones físicas tras las cirugías.
El objetivo era simple: dejar de sentir dolor y mejorar mi resistencia física. Maxi me guió a través de una rutina adaptada, enfocada en distintos grupos musculares. Desde entonces, mi curiosidad sobre el mundo del fitness creció y empecé a aprender su jerga y sus técnicas, sintiendo que formaba parte de una nueva comunidad.
Un camino hacia la transformación
Pasaron los meses, y el paso del tiempo trajo consigo un cuerpo más fuerte y ágil. Los ejercicios que al principio me parecían desafiantes se convirtieron en una rutina placentera y logré aumentos notables en el peso que podía levantar. Cada avance me motivaba a seguir más allá, sin importar las inclemencias del tiempo o mi cansancio.
Reflexiono sobre cómo este cambio de estilo de vida me ha rejuvenecido internamente. Aunque los cambios físicos externos son menos notorios, los beneficios internos se reflejan en mejores resultados médicos y una notable mejora en mi bienestar general.
Sé que este nuevo modo de vida me ha fortalecido y seguiré en este camino mientras sea posible. Siempre es un buen momento para comenzar un nuevo capítulo.