Para acceder a este paraíso escondido, es necesario cruzar toda la isla de Florianópolis. Desde el centro, el recorrido es de 45 kilómetros, que se pueden completar en aproximadamente una hora y veinte minutos si el tráfico lo permite. Cuando el GPS avise “tu destino está a la derecha” y veas un descuidado lugar para estacionar, es el sitio correcto.
Aunque una mujer mayor, que habla sin parar pero nada en español, trate de cobrar 30 reales por estacionar y te invite a ver las ventanas de su hogar, donde ventila cojines y muñecas viejas, el mapa no está equivocado.
Inicio del Camino a la Playa
El recorrido hacia la playa comienza desde ese estacionamiento.
Aún hay un trecho por delante hasta llegar a este rincón arenoso y discreto llamado Playa Naufragados, aunque el destino promete una experiencia gratificante. Es el lugar perfecto para quienes quieren alejarse del bullicio de las concurridas playas de Canasvieiras y anhelan disfrutar de un entorno más solitario.
Aquí, el protagonista no es el costo de Brasil, sino el silencio, interrumpido solo por el sonoro romper de las olas y quizás algún mono curioso.
Un Recoveco Secreto en Florianópolis
Situada en el extremo sur de la isla de Santa Catarina, Naufragados es un secreto guardado entre pocos. Si fuese un establecimiento, se trataría de un bar clandestino al que se accede por recomendación personal. No existen transportes públicos que te lleven hasta su entrada ni largas filas de vehículos.
La llegada a su playa implica una aventura: una caminata de 40 minutos a través de la densa Mata Atlántica, lo cual resulta complicado si intentas hacerlo en havainanas. Alternativamente, puedes llegar en lancha desde la playa de Caieira da Barra do Sul por un costo de 40 reales por persona, unos $6.700.
Es importante aclarar que no es solo llegar y comenzar a tomar selfies. El camino forma parte indisoluble de la vivencia completa. Aunque se asemeja a un bosque encantado, también requiere esfuerzo: hay pendientes, piedras resbalosas, insectos que parecen sacados de un documental y una humedad intensa.
El esfuerzo tiene su recompensa: al final del recorrido, una fina arena te espera, rodeada de exuberante vegetación y un mar que invita a desconectar de todo.
Al llegar a Naufragados, se siente como haber arribado a una versión brasileña de Cabo Polonio. No hay paradores de lujo ni música en vivo, solo algunas casas donde locales venden pescado fresco y, tal vez, alguna caipirinha. Es esa clase de playa que te hace considerar si realmente vale la pena regresar a la civilización.
“Venimos aquí porque pasar cuatro horas atrapados en el tráfico cruzando Colón-Paysandú nos hizo reconsiderar ir a Canasvieiras, sabiendo la cantidad de gente que habría. Aquí estamos tranquilos, aún viene muy poca gente, y disfrutamos de la playa sin estar apretujados”, comenta Florencia Boeri, de Escobar, mientras almuerza con familia y amigos en la arena.
“Si buscas más paz, también recomiendo Lagoinha do Leste y las playas fuera de Campeche. Pero ninguna ofrece tanto aislamiento como esta”, añade Ariel Lerso desde la misma mesa.
La historia detrás de esta playa también es intrigante. El nombre “Naufragados”, según se cuenta, deriva de un naufragio cuyos sobrevivientes se establecieron en la zona.
Con el paso del tiempo, el lugar se mantuvo apartado del desarrollo turístico que experimentaron otras playas de Florianópolis, y probablemente esta sea su mayor ventaja.
Aquí no se encuentra ni Wi-Fi ni una cobertura móvil decente, y en esta situación, eso es invaluable. No hay precio que pague por llegar, como Clarín, a las 2 de la tarde y no tener a nadie alrededor en la arena.
¿Qué hacer cuando hay una desconexión total? Nada. Naufragados no pide más que relajarse, nadar y dejar que el tiempo fluya sin prisa. No hay apuro ni vendedores ambulantes gritando sus ofertas.
Desde luego, este paraíso tiene su lado negativo si necesitas conectarte constantemente a Instagram. Si bien la señal es escasa, cargar el teléfono es una tarea monumental.
Hay dos paradores, y con muy pocos enchufes. Uno de ellos es el Bar e Restaurante Andrino, donde el almuerzo comercial -una tabla para dos que incluye arroz, frijoles negros, ensalada, farofa, pescado frito o pollo- cuesta 80 reales, unos $13.500, y una botella de cerveza Original R$ 23, $3.900. Otro paraíso para los argentinos.
Leandro, de Caseros, llegó a Naufragados por primera vez con su novia y una pareja de amigos, gracias a la recomendación de una amiga. Mientras, la familia Fernández, proveniente de Merlo, ya son visitantes habituales.
“Conocemos Florianópolis y solíamos ir a las playas del norte, como Canasvieiras e Ingleses, pero ahora están demasiado concurridas, repletas de gente, así que optamos por el sur. Lo que más nos gusta es recorrer el sendero hasta la playa y traer nuestra propia comida, tipo picnic”, relata Gianina.
Ni siquiera la voz del joven encargado de reunir a los turistas para el bote de regreso se escucha fuerte. Hay tan poca gente que se acerca caminando para informar de cerca. La lancha no parte hasta reunir a 15 personas, prolongando así la desconexión.
En el norte de la isla, se encuentra la playa de Jurerê, más sofisticada y juvenil, junto a la famosa Canasvieiras, ahora rebosante de turistas argentinos. También están los Ingleses, una playa ideal para familias.
Al este de la isla se encuentra la hermosa playa de Joaquina, popular entre los jóvenes y surfers, y Matadeiro, también preferida por jóvenes, surfistas y amantes de las actividades al aire libre. Barra da Lagoa, por otro lado, es más familiar y cuenta con las conocidas piscinas naturales. La playa Mole es más frecuentada por jóvenes veinteañeros.
Ya en el sur, además de Naufragados, quienes busquen soledad y tranquilidad pero con un acceso más fácil, eligen Açores, Solidão y Pântano do Sul.