En la mañana del domingo, Silvina Scheiner, de 59 años, planea dar un paseo con una amiga, y por la tarde, disfrutar de un café con un amigo. Aunque no es la celebración ideal para el Día de la Madre, es lo que se puede: su hija se encuentra al otro lado del planeta y tendrán una conexión virtual. Aunque falte el abrazo físico, el amor prevalece.
Las emociones contradictorias de las madres de emigrantes
En días como estos, como los cumpleaños o las celebraciones de fin de año, se ponen de manifiesto las emociones encontradas que sienten las madres de los “hijos golondrina”, una generación de jóvenes argentinos que han emigrado recientemente, ya sea temporalmente o para siempre.
“Estamos felices por ellos, ya que es una etapa de crecimiento. Pero al mismo tiempo, no puedo evitar sentir tristeza, y no lo exteriorizo porque sería ir en contra de sus sueños, sería sabotearlos. Cuando me llamás, siento el dolor de la distancia, pero tengo que mostrarme contenta. Hay que aprender a sobrellevarlo”, confiesa Silvina, hablando en representación de tantas madres (y padres) que atraviesan lo mismo.
Creando una red de apoyo a través de la escritura
Silvina, quien conoce bien el poder de las palabras, es periodista, docente universitaria, guionista y escritora, ha colaborado en medios importantes de Argentina y últimamente se ha centrado en talleres literarios y su propia obra. Su libro, “Distancias del corazón”, fue el germen para crear una comunidad donde las madres de emigrantes comparten y apoyan mutuamente.
Silvina menciona datos del INDEC que revelan que entre 2013 y 2023 emigraron 1,8 millones de argentinos. Entre esos emigrantes está su hija, que es el referente concreto de sus palabras.
Maia, de 31 años, especializada en marketing, se trasladó en octubre de 2019 a Perth, en el oeste de Australia, y trabaja en minería.
“Siempre viajó mucho, realizando campamentos internacionales y programas work and travel. Fomenté todos esos viajes sin prever el impacto. Me sentía orgullosa de que ella comprendiera diferentes formas de vivir y pudiera interactuar con otras culturas”, expresa Silvina, reconociendo que animarla a explorar el mundo fue parte esencial de su educación, evitando así lo que sería “como no enseñarle a caminar”.
Enfrentando la separación y reinventando el vínculo
La pandemia y el cierre de fronteras fue un duro golpe para muchas familias, incluidas madres y padres de estos hijos viajeros. Silvina pudo reencontrarse con Maia en marzo de 2022, un viaje que consideró necesario para “salvar la relación”, algo que personalmente no fue fácil debido a la habitual complejidad en las relaciones madre-hija durante la adolescencia y adultez temprana.
“Recurrí a la terapia por temor a que el viaje resultara en discusiones triviales, aunque siempre basadas en el amor y el respeto”, admite con franqueza en una charla con Clarín.
Refleja una situación común: “Cuando tu hijo se va, la imagen del que se fue permanece congelada. Sin embargo, él ha cambiado. Cruzó océanos, conoció nuevos ambientes, ha aprendido a vivir por su cuenta; ya no es el mismo. Tratamos de ser la misma madre para un niño que es ahora una persona distinta, que ha demostrado su valentía y madurado. Debemos tratarlos con más respeto”.
Para Silvina, escribir siempre ha sido una forma de consuelo. “Cuando me siento triste, escribo”, expresa. Tras su viaje a Australia, escribió un libro relatando sus experiencias, publicado por ella misma, una especie de mensaje lanzado al mar de otras madres en su misma situación.
Muchas madres más en esta situación encontraron su libro y la contactaron, creando así “Nuestros hijos golondrina”, un grupo de WhatsApp dedicado a la escucha y el apoyo que conecta a un centenar de madres (se unen contactando vía Instagram @distanciasdelcorazon).
“Es un grupo de madres con hijos en el extranjero y otras que se están preparando para el próximo adiós. Es un espacio para compartir experiencias y darse cuenta de que no están solas en este camino”, define.
Teresita Grandoli forma parte del grupo. Su historia es semejante a la de Silvina: su único hijo también se fue a Australia en 2019 y estuvo casi tres años sin verlo debido a la pandemia. “Fue un periodo angustiante”. Tras visitarlo y ver su vida y amigos, “empecé a ver su emigración como un camino hacia su felicidad. Me aferré a esa idea, ya que las madres deseamos la felicidad de nuestros hijos”.
El grupo le ha reafirmado a esta jubilada de 64 años “la importancia de hacer cosas por uno mismo. Hay madres a quienes el viaje de su hijo les roba las ganas de vivir. Intento no perder eso, alentarnos y recordarnos que la vida continúa. Si alguna mamá aún no ha dado ese paso, la ayudamos a entender que eventualmente llegará. A mí me tomó tiempo, pero lo logré”.
Alejandra, una madre mendocina con tres hijos, tiene dos viviendo fuera del país. Su hijo mayor fue a EE.UU. por un posgrado, se casó y tuvo un bebé; su hija mediana lo hizo en España. Su hijo menor, sin planes de emigrar, le recuerda que lo más difícil es no ver crecer a los nietos. “La distancia lo complica todo. Criamos a nuestros hijos para que vuelen. Soy feliz por sus logros, pero la distancia no deja de ser ardua”.
Silvina comenta que este fenómeno no es solo propio de la clase media, ya que “aunque se necesita dinero para irse, ahora los jóvenes logran hacerlo con pasajes económicos”. Agrega que las redes sociales muestran una cara romantizada de vivir y trabajar en el extranjero, aunque hay que ver cuántos realmente se quedan o regresan.
Para ella, la emigración actual no se trata solo de la economía y la estabilidad. “Es una generación que reflexiona sobre su identidad y su lugar en el mundo. Un joven que tal vez no encaja aquí busca ser alguien nuevo y libre”, menciona, refiriéndose a un proyecto en el que investiga los motivos detrás de la emigración juvenil, donde los jóvenes buscan empezar de nuevo y ser auténticos.
Para quienes están fuera, surge la preocupación por sus padres. “Es diferente tener 25 años con padres de 50 que 30 con padres de 65. Te preguntas quién cuidará de ellos cuando lo necesiten, si tendrás que dejarlo todo para volver, y cuánto tiempo llevará volver en caso de urgencia”, enumera las preocupaciones comunes para quienes han emigrado.
Para quienes permanecen, las dudas son distintas, incluyendo la presencia de un hijo que se quedó en Argentina. “Parece que el que emigró se convierte en el héroe, mientras que el que está aquí viviendo su vida diaria no se destaca tanto”, ilustra gráficamente.
Cuando más de un hijo ha emigrado, surgen nuevas preguntas: ¿a quién visitar primero? “¿Se elige por afinidad, por costes económicos o por invitación?”, se pregunta, contemplando además la capacidad económica de los padres para realizar dichos viajes.
Aquí desmonta otro mito. “No tengo más lazos de sangre que mi hija. Gente me sugiere que me vaya, pero en Australia solo se puede emigrar hasta los 55 años, y ya tengo 56. Te das cuenta de que el tren ha pasado. Podría ir como jubilada, pero no sería viable si ella decide mudarse de nuevo”, reflexiona sobre la naturaleza aventurera de esta generación.
Agradece las videollamadas, aunque para los jóvenes esto es algo cotidiano y carece de novedad. Relata cómo algunas madres mascaran el afecto en preparaciones culinarias virtuales, interactuando con la vida de sus hijos a través de recetas, o padres que se conectan para guiar arreglos remotos.
Otra recomendación para madres (y padres) que pueden visitar a sus hijos es evitar instalarse en sus casas. “Quédense cerca, pero respeten sus espacios y reglas”, sugiere.
También aborda lo que llama una “asimetría de necesidad”. “Nosotros necesitamos más de ellos que ellos de nosotros. Esperamos relatos completos, pero solo recibimos respuestas breves. Cuando tienen problemas, nosotros nos preocupamos, pero cuando se resuelven, ya no nos enteramos”, utiliza nuevamente a ese hijo imaginario que representa a todos los jóvenes que han emigrado.
Finalmente, un consejo primordial. “Debes reconectar contigo y definirte más allá de tu rol de mamá, abuela o esposa. Crea una vida propia y busca ayuda si es necesario”. También resuena una última reflexión de Alejandra: “Debemos fortalecernos y entender que cada persona vino a este mundo para vivir su propia vida. Extrañar es el precio de amar intensamente”.
