Una odisea inesperada
Han transcurrido veinte días que a Silvia Robles Mucha, de 59 años, le parecieron una eternidad llena de incertidumbre y angustia. “Hoy finalmente pude reincorporarme a mi trabajo y al regresar a casa, el agotamiento me venció. Las imágenes de lo vivido me invadieron y con ellas una carga emocional abrumadora”, cuenta Silvia, originaria de Perú pero residente en Italia. El domingo 17 de agosto, al dirigirse al aeropuerto de Ezeiza, un ladrillo atravesó la ventana en su lado, golpeando su mejilla derecha, y ella sugiere que sobrevivió solo porque “Dios la protegió”.
Conexiones familiares y vida en Italia
Silvia, nacida en Perú, residió en Argentina de 1990 a 2005 y desde ese entonces vive en Italia con su pareja, Saúl. En Milán, donde alquila una vivienda, trabaja en la limpieza de cuatro hogares. Ella posee una propiedad en Villa Celina, que se convierte en el punto de encuentro anual con sus tres hijas que habitan en Buenos Aires.
Una experiencia traumática
El día de los acontecimientos, Silvia se dirigía al aeropuerto en una charla amena con su hermano Roberto cuando, de repente, todo cambió. Un ladrillo destrozó la ventana junto a ella, impactando en su rostro. “Escuché un ruido fuerte, como un puñetazo en la cara. Sangraba y perdí el conocimiento. No recuerdo nada más”, rememora.
Las secuelas del ataque
La agresión, perpetrada por tres delincuentes, sucedió cerca del Mercado Central, en Avenida Circunvalación. Roberto, en lugar de detenerse, por miedo, decidió regresar a Villa Celina. Allí, Silvia fue trasladada al Hospital Grierson, en Villa Lugano, donde recibió cinco puntos de sutura, vacunas, y tratamiento antibiótico. “Estaba en shock, con dolor en la cara y la cabeza. Por un momento pensé que no sobreviviría”, expresa.
Silvia relata desde Milán que ha retomado su trabajo en una de las casas de limpieza. Su empleadora, Corina, la recibió con un abrazo y lágrimas al enterarse de su experiencia. Afortunadamente, la cicatriz ya no es tan visible.
Recuerda con agradecimiento que sus empleadores esperaron su retorno sin reemplazarla en sus trabajos. “Temía perder algún empleo, pero afortunadamente todos mostraron comprensión y apoyo total”, señala Silvia.
Pese a sentirse mejor, Silvia siente tristeza. “Fue un viaje triste, dejé Argentina con una fuerte angustia, especialmente porque mi hija Verónica sufrió una parálisis facial debido a la tensión que le causó mi accidente. Aunque ahora está mejorando, el sentimiento de culpa es inevitable”, confiesa.
Junto con el reposo sugerido por su condición, cargaba con la preocupación de la pérdida de su vuelo a Italia. Silvia realizó una denuncia en la UFI 3 de La Matanza y, con gran fortaleza, inició una serie de trámites con la fiscalía y el médico forense para justificar su inasistencia en el vuelo programado.
Finalmente, la aerolínea KLM se contactó para informar que podría reprogramar su viaje sin cargo extra. Al enterarse, Silvia sintió un cambio en su suerte.
Días después, al retirarle los puntos de sutura, Silvia se enfrentó a una cicatriz evidente, aunque se sintió agradecida por el milagro de estar viva. “Había pasado por una situación similar en 1995, cuando fui asaltada con un cuchillo al cuello”, recuerda.
Aunque no hay noticias sobre los criminales, Silvia ha decidido dar visibilidad a su experiencia para que las autoridades tomen conciencia y prevenir que situaciones similares ocurran nuevamente.
El 2 de septiembre, con un nuevo vuelo programado, un inesperado contratiempo la obligó a regresar al aeropuerto cuando pájaros se alojaron en la turbina del avión. El tiempo de espera le permitió disfrutar de unos días más con sus hijas, aunque le resultó un proceso estresante.
Finalmente, el 4 de septiembre pudo volar a Roma y luego dirigirse a Milán en tren. “Durante el inicio del vuelo viví un momento de tensión, pero afortunadamente todo fue sin incidentes. Poco a poco, la normalidad vuelve y mi hija Verónica comienza a mejorar, lo que me da seguridad y gratitud por la vida”, concluye Silvia.