Adicción al juego en jóvenes: un problema creciente que no podemos ignorar

Existen muchos segmentos donde los jóvenes se topan con el mensaje de apostar: en las camisetas de sus equipos favoritos, a través de la voz de sus ídolos musicales o de populares streamers. En cortes de programas de televisión o videos de YouTube, periodistas, figuras del entretenimiento y deportistas de la selección nacional todos parecen transmitir a los adolescentes la misma idea: apostar fácil, apostar ahora, apostar aunque tengas poco o nada.

Las plataformas que operan legalmente están bajo regulación provincial, con requisitos y restricciones de edad, terminando en “.bet.ar”. Sin embargo, cerca del 80% de los adolescentes se conectan a sitios ilegales, donde el control de edad es apenas un formalismo, sin impuestos ni supervisión. La introducción al juego online suele coincidir con la apertura de billeteras digitales, lo que ocurre a aproximadamente los 13 años.

Preocupante escasez de estadísticas

En Argentina, no se cuenta con estadísticas nacionales exactas sobre el alcance de este problema, aunque datos aislados ya han encendido alarmas. Según un estudio realizado por UNICEF en marzo, titulado Zoom a las apuestas online, de 845 adolescentes y jóvenes encuestados, 8 de cada 10 admitieron haber visitado tales sitios en el último año, o conocer a alguien que lo haya hecho; el 37% lo hace con gran frecuencia.

Otro reporte, Apostar no es un juego, basado en casi 10,000 encuestas a jóvenes entre 15 y 29 años, revela que el 42% cree en la necesidad de controles más estrictos para el acceso; aún así, un 40% nunca lo ha discutido en el hogar, y el 71.9% opina que es una problemática grave.

A pesar de ser impactantes, las cifras no reflejan completamente el daño. Un estudio sueco señala que aquellos con ludopatía tienen 15 veces más probabilidad de fallecer por suicidio que el promedio de la población. Sin embargo, antes de este desenlace, hay historias, hay vidas afectadas de forma silenciosa.

Federico Pavlovsky, psiquiatra y director del Dispositivo Pavlovsky, un destacado centro de tratamiento de adicciones, lo describe bien: “Puedes ver a un chico de 15 años endeudado por millones, con usureros llamando para amenazar. Detrás de cada pantalla hay un mundo adulto, con problemáticas y consecuencias adultas”, comenta.

Un ambiente de riesgo: bonos y presiones

Los bonos iniciales que las plataformas ofrecen para jugar sin costo son uno de los principales atractivos. Grandes influencers promueven estos bonos bajo una apariencia de oportunidad. UNICEF advierte que este incentivo “gratuito” prolonga la exposición al juego, reduce el sentido de riesgo y permite una entrada que muchas veces escapa al control familiar.

Otro elemento preocupante son los llamados “cajeros clandestinos”: adultos, a veces poco mayores que sus “clientes”, que cargan balances en billeteras de adolescentes por comisión. También están los prestamistas que otorgan créditos rápidos con intereses exorbitantes y, en ciertos casos, amenazas.

Pilar Molina, Secretaria General de Gestión del Ministerio Público Tutelar de la Ciudad, considera grave la situación: “Se han fortalecido mecanismos de denuncia por apuestas ilegales, creando una fiscalía especializada. También actuamos desde la Justicia penal juvenil. Pero a menudo la situación no se judicializa, y buscamos intervenir desde el ámbito educativo o de salud”.

Impacto en la salud mental y proyectos de vida

Para muchos adolescentes, el juego se percibe más que una amenaza, como un atajo a la obtención de un estatus o independencia económica aparentemente fuera de su alcance de otro modo. Pero a menudo no se advierte el costo personal: tiempo, relaciones, salud.

Lucía Fainboim, experta en crianza y educación digital, señala: “El cerebro alcanza su madurez hacia los 25 años, y la última habilidad en desarrollarse es el control de impulsos”. Los sistemas de gratificación inmediata son especialmente eficaces entre los jóvenes por esta razón.

Este deseo de dinero fácil se intensifica en un contexto económico desafiante. “La situación estimula la necesidad de los jóvenes de obtener dinero. En las clases medias que pierden poder adquisitivo, intentan mantener consumos. En sectores más vulnerables, incluso buscan ayudar a sus familias. La apuesta se convierte entonces en una quimera de fácil riqueza”, explica la investigadora.

Alejandro Artopoulos, director del Centro de Innovación Pedagógica de la Universidad de San Andrés, comenta: “Estamos frente a una generación sin narrativa de futuro. Los miedos hacia el empleo inalcanzable, la Inteligencia Artificial, la crisis climática se combinan con una educación que no proporciona respuestas. El juego, pues, se vuelve la única narrativa de éxito accesible”.

Apostar suele ser un intento de calmar o evadir angustias y preocupaciones. “Cuando preguntamos cómo calman el dolor al sentirse heridos, muchos alumnos mencionan el celular”, comenta Pilar Molina tras escuchar a más de 15 mil estudiantes en escuelas de Buenos Aires.

Aunque no siempre recurren a apuestas, sí a lo que su equipo llama “conductas compensatorias o compulsivas”: entretenimientos en línea, redes sociales, juegos de azar. “Es un patrón similar al de otros consumos problemáticos: se busca aliviar algo que no se sabe nombrar”.

Pavlovsky coincide: “La ludopatía muchas veces actúa como un síntoma. Hay jóvenes que no pueden parar de apostar, pero eso es un reflejo de otros problemas: soledad, angustia, frustración. Mientras discutimos cómo regular esto, ellos están en crisis y no tienen cabida en la escuela, la familia o el sistema de salud”.

Este enfoque lo comparte el psicólogo Alberto Trimboli, quien opina que el término “ludopatía” en adolescentes puede estigmatizar más que ayudar. Señala que lo que necesitan es comprensión de sus conductas problemáticas en el entorno digital, viéndolas como expresiones de sufrimiento subyacente. Actualmente dirige el primer dispositivo específico para tratar estas situaciones en el Hospital General de Agudos Teodoro Álvarez.

La Asociación Argentina de Salud Mental y el equipo de Trimboli han recopilado datos reveladores: un 64,6% de adultos consultados conocen a un adolescente cercano con un problema de uso de internet. Las manifestaciones más comunes incluyen: uso excesivo de internet que interfiere con la vida diaria (49.2%), adicción a redes sociales o navegación web (44.6%), al uso de pantallas (35.4%) y aislamiento emocional inducido por lo digital (29.2%).

Mariana Manté, psicóloga y cocoordinadora del Sector de Adicciones del hospital, explica: “Lo más grave es el impacto en la autonomía y en los proyectos de vida de los jóvenes”. Actualmente, el equipo del hospital ayuda a una veintena de adolescentes y jóvenes en diferentes fases del tratamiento: desde entrevistas clínicas hasta psicoterapia, individual y en grupo.

La Dra. Betsabé Leicach, psiquiatra y colega de Manté, destaca la importancia de intervenir pronto, aunque muchas veces los casos llegan tarde, cuando las deudas, problemas escolares y relaciones deterioradas ya están presentes. “Los adultos a menudo no reconocen el problema porque todo ocurre en un ámbito digital que no dominan”, advierte.

Las atenciones son personalizadas: consultas individuales, intervenciones familiares, grupos, y si es necesario, seguimiento psiquiátrico. También se contempla la coordinación con otras áreas del hospital conforme a cada situación.

Actualmente, la mayoría de las preocupaciones no provienen de los adolescentes sino de sus entornos. Sin embargo, hay indicios de cambio. La pregunta es si el sistema podrá mantenerse a la altura de este cambio.

Por otro lado, las políticas educativas y regulatorias siguen rezagadas. Aunque hay iniciativas que ya abordan la prevención desde un enfoque estructural.

“Es urgente implementar regulaciones desde el Estado para controlar una práctica que los jóvenes empiezan a experimentar desde los 10 u 11 años”, advierte Fainboim. Sugiere medidas como eliminar los bonos de bienvenida, restricciones publicitarias, límites de gasto, sanciones a intermediarios y formación de docentes.

El papel de los influencers es fundamental: venden expectativas de éxito inmediato. Los jóvenes se adhieren a ellos como parte de su identidad, pero detrás hay plataformas explotando esa vulnerabilidad”, señala.

También propone introducir estos temas en las clases. “Enseñar probabilidades, hablar sobre los riesgos, darle visibilidad a lo que actualmente está en sombras. Que las escuelas no sean cómplices del silencio”.

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Artopoulos ofrece una visión a largo plazo: “La educación debe recuperar el derecho al porvenir. Los adolescentes apuestan porque sienten que no tienen otras opciones. Hay que brindarles proyectos reales, que no dependan de todo o nada”.

Un desafío urgente y global

Legalmente, la dispersión territorial de las plataformas complican un control efectivo a nivel nacional. “¿Qué legislación debo aplicar si el servidor está en un país, el dinero en otro y el usuario en uno diferente? ¿Cómo hacer que una norma en un país particular sea efectiva?”, cuestiona Raúl Martínez Fazzalari, experto en derecho tecnológico.

A pesar de las dificultades, existen márgenes para actuar: controlar métodos de pago, exigir verificaciones biométricas y documentos de identidad para el registro. “Actualmente, el acceso depende de la autodeterminación. Si un menor declara tener 18 años, puede acceder sin problemas”, resume.

Cuestiona también el papel de los medios y figuras públicas. Para él, se debe abordar de forma tan rigurosa como el tabaco. “Las campañas de concienciación no bastan. La única solución es prohibir la publicidad sobre juegos de azar”.

El psicólogo Gustavo Irazoqui recuerda: “La adicción al juego no es nueva. Fue descrita ya en el siglo XVII. Lo que ha cambiado es la escala, el acceso y la disponibilidad”.

Desde los años noventa existieron casinos online; en los 2000, apuestas minuto a minuto. La pandemia consolidó un caldo de cultivo: celulares, billeteras digitales y conectividad constante facilitando el fenómeno.

Los expertos definen la adicción a través de la tolerancia, abstinencia y centralidad. Sin embargo, Irazoqui advierte: “Si patologizamos todo uso lúdico, perdemos la conexión con los jóvenes. La clave está en escuchar y contextualizar”.

Para el tratamiento, los abordajes integrales son fundamentales: terapia, soporte familiar, tecnología de control parental, con un principio fundamental: la supervisión. “Antes se controlaba la televisión. Actualmente, hay un acceso ilimitado sin supervisión. El riesgo no se limita al juego, es el uso descontrolado del teléfono”, advierte.

El psiquiatra Pavlovsky señala que no debe naturalizarse esta situación: “No es un simple juego. Son adolescentes endeudados y amenazados. Es una adicción”.

El fenómeno afecta a todos los niveles. Irazoqui reflexiona: “Todo nuestro entorno facilita la ludopatía. El uso frecuente del celular deja huella”.

Fazzalari urge por acciones concretas: “No se trata de simples campañas. Es necesario legislar, detener la publicidad, regular pagos, y que los adultos sean conscientes del saldo en las cuentas de los jóvenes”.

Existe un amplio consenso: se necesita regulación estricta, más canales de atención y prevención y una clara comprensión de que nadie nace adicto. Pavlovsky resume: “Es urgente construir narrativas distintas que compitan con la promesa de éxito inmediato. Mostrar que el juego no es una verdadera oportunidad, sino un reflejo de problemas más profundos. Y que hay otra manera de experimentar el mundo”.

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El futuro de los adolescentes no debería quedar al azar. La próxima etapa no debe volver a fallar.

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