La Inseguridad Alimentaria (IA) es un estado de acceso insuficiente a alimentos necesarios, seguros y ricos en nutrientes para un desarrollo adecuado. Se clasifica en leve (preocupación por la posibilidad de no adquirir ciertos alimentos), moderada (disminución en la alimentación y privación de los adultos) y severa (afectando a niños con hambre). La IA tiene repercusiones significativas en menores, impactando su salud física, desarrollo cognitivo, emocional y rendimiento académico.
La alarmante situación en Argentina
En Argentina, 4 millones de infantes enfrentan la falta de certeza sobre su alimentación diaria. De estos, 3 de cada 4 provienen de familias donde los padres están empleados. Entre 2010 y 2024, el porcentaje de hogares afectados por esta problemática incrementó del 32% al 51%.
Este panorama se recoge en el informe “Inseguridad alimentaria en la infancia argentina: un problema estructural observado en la coyuntura actual”, elaborado por la Universidad Católica Argentina (UCA). La investigación advierte desde el inicio sobre la naturaleza estructural de la IA infantil, que se amplifica debido a contextos de crisis.
Durante el período entre 2010 y 2024, la IA en menores mostró un incremento continuo, con aumentos significativos en 2018, 2020 y 2024. En el último año, el 35,5% de niños y adolescentes (4,3 millones) sufrió IA, y el 16,5% experimentó IA severa.
Factores estructurales y regionales
Los factores estructurales que más inciden son la pobreza, trabajos inestables y pertenencia a capas sociales bajas. Los hogares en pobreza, con trabajos informales, monoparentales y numerosos (5 o más miembros) sufren de manera más aguda. El elemento laboral es el más significativo.
La incidencia del problema varía según la región y características del hogar. En el Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA), la IA es más elevada en comparación con el Interior Urbano, particularmente desde 2017 en adelante. La monoparentalidad persiste como un factor de riesgo, predominando hogares a cargo de mujeres.
El informe indica que la Asignación Universal por Hijo (AUH) junto con la Tarjeta Alimentar (TA) han mitigado, en parte, la IA: “Los hogares que reciben estos incentivos son más vulnerables, pero análisis específicos demuestran que AUH+TA disminuyen la IA significativamente”.
Otro hallazgo relevante es que “la IA no es constante: más de la mitad de los niños y adolescentes padecieron IA al menos en un año entre 2022 y 2024. Un 14,8% enfrentó IA crónica y otro 9,2% empeoró. Únicamente el 44,5% estuvo libre de IA durante los tres años”.
En el contexto actual, se observan dos novedades primordiales: la IA, que afecta al 25% de los menores, se incrementa en las clases medias bajas, y la escasa repercusión del acceso a educación como proteccionista frente a la IA. Esto implica que tener padres empleados y asistir al colegio no garantiza el acceso alimenticio.
“El empleo informal o precario es el principal factor vinculado a la IA en Argentina, especialmente en la coyuntura actual”, comenta Ianina Tuñón, socióloga y doctora en Ciencias Sociales, asociada al Barómetro de la Deuda Social de la UCA y coautora del informe.
“Durante la última década, los ingresos transferidos a la infancia han sido cruciales porque el 40% de la población trabaja en emprendimientos pequeños y en el sector informal, que es una de las principales dificultades del país”, añade ella.
“En este marco de crisis, a pesar del uso de múltiples estrategias de supervivencia por parte de las familias a través de trabajos secundarios, estas siguen ocurriendo dentro del sector informal y precario, complicando la generación de ingresos por la baja productividad que caracteriza a este sector”, asegura. “De los cuatro millones de niños afectados por IA, tres millones son descendientes de trabajadores del mercado informal”.
Tuñón puntualiza que aunque las ayudas como la AUH y la Tarjeta Alimentar están dirigidas a este grupo, “estas transferencias, aunque actualizadas, no alcanzan para asegurar una alimentación básica en el hogar.”
La experta considera esta una cuestión estructural y plantea: “¿Cómo crear empleos genuinos a gran escala? ¿Cómo hacer que la economía demande más empleos y fomente pequeñas y medianas empresas con alta productividad?”
“Los padres de estos niños muchas veces se inventan sus trabajos, especialmente en la economía más marginal de Argentina. Los ingresos y productividad son mínimos”, puntualiza.
Y resalta algunos datos actuales: “Tener más adultos trabajando en un hogar no necesariamente se traduce en mayores ingresos, lo que puede ser un reflejo de un proceso recesivo. La AUH ofrece cierta protección pero no es suficiente, y el empleo de calidad es necesario para reducir significativamente problemas urgentes como el acceso a alimentos en hogares con niños”.
El círculo del hambre
“El estrés en sectores vulnerables se vincula no solo con la precariedad laboral, sino que también dificulta su permanencia en empleos. Esto conlleva problemas extremos, como no asegurar la alimentación en cantidad y calidad, impactando en la crianza y socialización de los hijos,” describe Tuñón.
“Por eso, los estímulos no solo son deficientes en términos físicos, sino también en alfabetización temprana, juego, lectura y otros aspectos que nutren el hambre emocional y cognitivo de los niños”, añade.