Historia personal: mi experiencia como padre soltero en los años 80 tras la separación

Fue en 1987 cuando, de manera inesperada, asumí el rol de padre soltero. Aunque podría afirmar que la separación fue repentina, estoy consciente de que las señales estaban ahí, pero a veces uno elige ignorarlas. Mi hijo tenía apenas seis años cuando su madre se fue del hogar. En esos tiempos, no era común que un niño tan pequeño viviera con su padre, pero esa fue la decisión que tomamos. Recuerdo haber sentido que una vida sin él sería impensable. Nuestros caminos ahora eran distintos, y lo más adecuado era que cada uno siguiera sus propios deseos.

El Encuentro en el Juzgado

Nos presentamos ante el tribunal de familia para proceder con el divorcio.

—Según el documento, el menor reside con el padre —observó el juez—. Y eso no suele ser común.

Por un momento, temí que el sistema legal no comprendiera nuestra situación. La mayoría de las leyes favorecían a las madres. No obstante, ella, que inicialmente dudó, decidió no asumir la responsabilidad del cuidado, mientras que yo sí estaba dispuesto.

—Que no sea lo común no significa que esté equivocado —agregó el juez—. Vemos a menudo casos de madres que, debido a las expectativas sociales, se quedan con los hijos, y resultan en familias infelices. Estos casos se repiten en este tribunal.

Sentí alivio. En aquellos días, ser un padre era algo similar a ser una madre sin beneficios. Afortunadamente, ese juez mostró discernimiento. Por primera vez, sentí que la ley me ofrecía una oportunidad.

Una Nueva Vida Cotidiana

Aún puedo visualizar una escena como si estuviera filmada desde las alturas: mi hijo y yo, tomados de la mano, observándola alejarse con sus maletas. Al cerrarse la puerta, lo supe: a pesar de nuestro dolor, era yo quien debía encontrar la fuerza para avanzar. Esa noche, vimos juntos episodios de “El Zorro” en VHS.

Los tiempos iniciales estuvieron entremezclados con emoción y miedo. Apenas cuatro años habían pasado desde el retorno a la democracia del país. Quizás ese aire de cambio hizo pensar que lo diferente era posible. Aún predominaba la imagen de una familia tradicional. Y yo, desde mi posición de padre soltero, notaba tanto admiración como desconfianza en la mirada ajena.

Afortunadamente, mi situación económica me permitía contratar ayuda doméstica. La mujer que trabajaba en casa era una ferviente admiradora de “Grande Pa”, la serie en la que Arturo Puig era un padre solitario criando a sus hijas. Ella asumió el cuidado de mi hijo con dedicación y cariño. Le debemos mucho.

Las madres del colegio fueron las primeras en ofrecer apoyo. Al principio, fueron críticas —incluso crueles— con su madre. Con el tiempo, me integraron como una más en su círculo, reconociendo mi dedicación.

La casa se convirtió en un lugar dinámico. Las horas de juego se extendieron, permitimos partidos de fútbol en la sala y las batallas de soldados se volvían extraordinarias gracias a nuestros efectos especiales.

A veces escuchaba que me catalogaban como “padre y madre”. Eso no me agradaba. Era un padre, y punto. ¿Por qué no reconocer que los padres también pueden ocuparse de sus hijos? Mi profesión como arquitecto exigía coordinar trabajos en San Isidro mientras vivíamos en Palermo. Sin celulares, dependía del teléfono del sitio de trabajo para recibir los llamados de emergencia. Ya sea por fiebre del niño o cualquier otro imprevisto, debía suspender todo y regresar. En algunas ocasiones, diseñé planos mientras él jugaba en una plaza. La arquitectura y la crianza compartían una necesidad de paciencia, previsión y tolerancia al caos.

Los retos diarios eran constantes, como enfrentar la plaga incesante de piojos. Con prácticas como lavar su cabeza y utilizar peines finos, la batalla parecía perdida. Optamos por un corte muy corto, y él se veía como un “comando”, yo le decía “niño cepillo”. Los disfraces eran otro reto, que, cuando no los hacía la abuela, los resolvía con un pantalón negro, camisa blanca y capa negra. Con un corcho quemado simulábamos las barbas, cejas o bigotes.

Quizás también te interese:  ¿Por qué la crianza actual genera más estrés y cómo aliviarlo? Una nueva mirada a los padres de cristal

Las primeras vacaciones en la playa con mi hermana y su familia marcaron un punto importante. A pesar de sentir una ausencia, mi hijo y sus primos las consideran inolvidables. En una foto estamos construyendo un castillo de arena —o mejor dicho, un monstruo— en el que predominantemente destacan sus grandes ojos de caracol.

Viendo documentales en National Geographic, me conmueve observar cómo en algunas especies los padres luchan por sus crías. Esa simbiosis entre mi hijo y yo era de apoyo mutuo, donde mi función era guiarlo hasta que pudiera valerse por sí mismo. La crianza raramente triunfa sin la paciencia de ambos y sin el soporte de quienes nos rodean.

Pero también existía una vida más allá de nuestro pequeño mundo, y me esforzaba por no perderla de vista. Durante un tiempo, interactuar con mujeres me intimidaba. En encuentros sociales sentía la presión de explicar rápidamente mi situación de padre. Redescubrir la confianza lleva su tiempo. Y, aunque podría despertar cierto interés, tal vez por mi apariencia a los treinta y cinco años, comprendía a las madres solteras que encuentran dificultades para abrirse a nuevas relaciones. Es un reto que va más allá de lo personal; se trata de incluir a los hijos en la ecuación. Elegir postergar la vida amorosa fue una decisión consciente, y aunque podía parecer un sacrificio, para mí era lo correcto.

—¿Por qué hay dos tazas? —preguntó con curiosidad un día después de una visita a su madre.

Habían sido utilizadas para un café que compartí con mi novia. La conocí en una clínica mientras realizaba una extracción de sangre. Trabajaba como hemoterapeuta y estudiaba psicología. Desde el primer momento, su compañía me interesó. Con el tiempo, su presencia durante nuestras salidas, incluso un simple picnic, me permitió percibir que el amor podría surgir en formas inesperadas, más allá de vínculos biológicos. Sin acción, el amor y el linaje son conceptos vacíos.

A los once años, mi hijo expresó su deseo de estudiar en el Nacional Buenos Aires donde varios de sus amigos irían. ¡Qué gran reto!

—Creo que puedo hacerlo —aseguró cuando le advertimos de las dificultades.

Nos organizamos y dedicamos dos años a prepararlo en una academia. Juntos, lo apoyamos en su travesía académica. Superó los exámenes hasta que en segundo año, se vio en deuda con ocho materias. Era un adolescente de catorce años enfrentando desafíos hacia sus padres. Pero, a nivel práctico, el riesgo de quedar libre era una preocupación tangible. Durante tres extenuantes meses, continuó estudiando con ayuda externa en casa. Esa hazaña de recuperar todas las materias fue el verdadero triunfo. Fue entonces cuando supe que, quizá, no lo estaba haciendo tan mal. La constante pregunta de si lo haría bien siempre me había acompañado, pero al notar su autonomía en el crecimiento, supe que mi hijo estaba prosperando, hasta elegir su carrera en publicidad y comunicación.

Hace unos quince años, iniciamos una tradición: nosotros dos, solos, dedicamos algunos días para escaparnos a algún lugar. Compartimos largas conversaciones y él explora cada destino con curiosidad y entusiasmo gastronómico, mucho más que yo. Los juegos de cartas y ajedrez son nuestra compañía constante, y aunque ambos competimos, para él, mi victoria siempre resulta sospechosa. Estas vivencias reafirman que, a pesar de ser ya un hombre, la conexión con su padre es invaluable. Igualmente, para mí, ese vínculo permanece esencial.

Ahora, viendo a mi hijo preparado para ser padre, siento una mezcla de orgullo y redención al observar cómo disfruta de las ecografías y del diálogo con su futura hija. La experiencia de convertirse en abuelo me ha permitido compartir consejos que nunca imaginé dar. Es un ciclo que, más que cerrarse, se renueva. Después de todo este recorrido, percibo la paternidad no como una responsabilidad o una obligación, sino como una forma de estar presente, elegir y permanecer.

Esta web utiliza cookies propias y de terceros para su correcto funcionamiento y para fines analíticos y para mostrarte publicidad relacionada con sus preferencias en base a un perfil elaborado a partir de tus hábitos de navegación. Contiene enlaces a sitios web de terceros con políticas de privacidad ajenas que podrás aceptar o no cuando accedas a ellos. Al hacer clic en el botón Aceptar, acepta el uso de estas tecnologías y el procesamiento de tus datos para estos propósitos. Más información
Privacidad