Testigo del hundimiento del Belgrano rescata un objeto crucial para preservar la memoria de Malvinas

Introducción a un testimonio invaluable

En el pequeño pueblo de Bonifacio, provincia de Buenos Aires, Héctor Moita abre las puertas de su hogar. Entre la cotidianidad de compartir un mate, comienza el relato de una historia que ha quedado grabada en su memoria.

Un patio lleno de historia

A medida que pasa el tiempo en su residencia, el decorado habitual se transforma en un santuario dedicado a las Islas Malvinas, destacando entre todos los objetos una balsa procedente del crucero ARA General Belgrano. Esta embarcación, idéntica a la que fue su salvación durante el conflicto, reposa en su jardín como pieza central.

De soldado raso a sobreviviente

Un giro del destino hacia el servicio militar

En 1978, con solo 18 años, Moita se preparaba para lo inevitable, el servicio militar. Sin embargo, debido a su situación familiar, fue inicialmente eximido de la obligación. La llamada llegó en 1981, sellando su destino para formar parte de los acontecimientos en Malvinas.

Como parte de la tripulación del General Belgrano, se embarcó rumbo a una misión que inicialmente no implicaba combate directo en las islas. Su objetivo era monitorear posibles incursiones a través del Pacífico.

El ataque inesperado y la lucha por sobrevivir

El 1° de mayo, el submarino británico Conqueror localizó al General Belgrano. Aunque el ataque podría violar la normativa internacional al no encontrarse en la zona de exclusión, la orden del gobierno británico fue firme. A las órdenes de la Primera Ministra Margaret Thatcher, el submarino disparó.

El impacto sobrevino alrededor de las 16:00 horas del 2 de mayo, mientras Moita realizaba sus tareas cotidianas. El pánico y la confusión se apoderaron de la nave, y los tripulantes buscaron desesperadamente las balsas de evacuación.

Resiliencia en medio del océano

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Mientras rememora aquellos días, Moita describe las condiciones inhumanas que enfrentaron para sobrevivir. En un arrebato de desesperación, su improvisado equipo recurre a medidas extremas para mantener el calor en temperaturas bajo cero. En el aterrador entorno oceánico, las balsas unidas entre sí eran su única esperanza hasta el rescate.

Finalmente, tras 36 horas de incertidumbre, un avión avistó las balsas, y el buque Gurruchaga llegó al rescate, devolviendo a Moita al continente y a su nueva vida. No obstante, para los 323 soldados perdidos, incluida una veintena en las balsas, la historia no tuvo el mismo desenlace.

Reflexiones de un sobreviviente

Hoy, Héctor Moita sostiene que, de poder revivir ese día, no buscaría salvarse, eligiendo en su lugar hundirse junto al Belgrano por amor a su país. Reflexiona sobre el costo humano de la guerra, recordando a sus compañeros que no regresaron, ya sea por ataque o por las secuelas psicológicas que condujeron a decisiones trágicas.

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